Desde lejos, en nuestras realidades más urbanas, regidas por lo material, nos es muy simple y probable ir a una tienda y comprar, prender la tele, la luz, abrir el agua, el gas, subirnos a un coche o a un camión. Desde cerca, en otras realidades, lo que nos encontramos son máquinas inmensas que penetran la tierra, comunidades despojadas, ecosistemas dañados o perdidos. Escuchamos de mujeres que luchan. Luchan por sus vidas, sus cuerpos, su decisión; su tierra, su comunidad, su autonomía, su memoria. En México, Latinoamérica y el mundo las comunidades originarias y locales han tenido que resistirse ante el despojo y la explotación de sus tierras en nombre del desarrollo y del progreso. Y muchas veces las protagonistas de esas resistencias han sido las mujeres. Quizá no escuchamos suficiente.

Todo aquello que nos permite realizar nuestras tareas y actividades diarias, así como poseer dispositivos electrónicos, textiles, de plástico e incluso alimenticios viene de la tierra. Y en su mayoría se obtienen mediante procesos intensivos de explotación de grandes volúmenes de recursos, a lo que se le conoce generalmente como extractivismo. Algunos ejemplos son la minería, los pozos petroleros, los monocultivos.

La definición de los extractivismos es plural y dinámica así como los mismos. Dependen del lugar, de su proceso, de su objetivo, de quién está involucrado. Se trata de un sistema económico y político que ha planteado durante muchos siglos, desde la época de la expansión colonial europea, un modelo de extracción y su consecuente exportación en masa con irreparables daños al medio ambiente y que hoy en día viola derechos humanos. Es colonial e imperialista porque busca el control de los recursos naturales en el mundo capitalista; ya que mantiene un modelo de acumulación y producción; y finalmente, patriarcal porque jerarquiza la posición de los hombres sobre las mujeres y la tierra.

De mujeres y defensoras en contextos extractivistas

Los modelos extractivistas impactan a las comunidades en general, pero desproporcionadamente a las mujeres por las bases patriarcales, coloniales y capitalistas que los sustentan. De acuerdo al Boletín del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (2018), las mujeres indígenas, racializadas y pobres de las comunidades con proyectos extractivistas, se ven afectadas en todos los ámbitos de sus vidas. Esto se expresa en el aumento de cargas de trabajo de cuidado; la pérdida de autonomía económica y de la soberanía alimentaria; incremento de violencia psicológica, física, económica, patrimonial y sexual en los contextos familiares y comunitarios; afectaciones a la salud física, emocional y reproductiva por el contacto con el aire, suelo y agua contaminada; discriminación basada en género y vulneración del derecho a la participación ciudadana y la pérdida de identidad cultural y debilitamiento de los roles comunitarios y ancestrales de las mismas.

Las defensoras han hecho una importante aportación que es la conexión entre cuerpos y territorio. De acuerdo con Erika Sebastián-Aguilar (2019), el territorio se puede entender como una construcción del espacio y lugar, más allá de la geografía convencional, que se comprende como un proceso social e individual el cual no es estable, es movible, cambiante, un proceso de transformación y transición. Esta conexión es notable porque la lucha por el territorio tiene que ir de la mano con la lucha porque las mujeres puedan vivir una vida libre y digna dentro del mismo.

Desde este entendimiento del territorio, las mujeres han propuesto resistencias y alternativas al extractivismo. Es común la creación de espacios de articulación e intercambio de experiencias de defensa así como la construcción de redes regionales para contribuir a la visibilización, el acompañamiento y fortalecimiento de los nodos de resistencia locales; movilización y acciones de exigibilidad para activar mecanismos de protección; documentación y denuncia de agresiones y criminalización a las defensoras; visibilizar sus luchas; prácticas cotidianas de resistencia; y finalmente, prácticas y reflexión en torno al cuidado propio y cuidado mutuo, incluyendo la sanación personal y colectiva.

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Créditos: Cuartoscuro

Un ejemplo de mujeres defensoras en resistencia frente a actividades extractivistas se puede encontrar en el municipio de Tetela de Ocampo (Puebla). Una concesión minera de la empresa FRISCO tuvo lugar en 2003 con 50 años de vigencia en el municipio. En 2012 surgió el movimiento defensor Tetela Hacia el Futuro (THF) que fue impulsado a nivel nacional gracias a las mujeres. Ellas utilizaron innovadores métodos de comunicación y concientización como ir de casa en casa, poner videos y pintar muros. En 2013 lograron cancelar el avance de la mina por denunciar falta de consulta popular e incumplimiento de los derechos humanos.

En el texto de hoy se resaltan sólo algunos ejemplos de lo que ellas son capaces de hacer para proteger su territorio, su cuerpo, su existencia y su agencia; pero, es claro que las mujeres son actores clave en la lucha por el medio ambiente y por sus comunidades, con claros objetivos y métodos de resistencia.

Sobre la autora:

Valentina Martín del Campo es ingeniera en desarrollo sustentable, titulada por el Tec de Monterrey. Fue becaria de investigación con el Dr. Simone Lucatello en el Instituto Mora. Sus áreas de interés son el desarrollo, el medio ambiente, los extractivismos y los estudios de género.