En un mundo androcéntrico, patriarcal y machista todas las personas hemos vivido experiencias que dañan y oprimen; y las feministas no somos la excepción. Abrazar el feminismo nos permite poner límites, identificar las violencias y las injusticias, así como priorizarnos.

En mi caso, como el de seguramente muchas compañeras, esto implica iniciar procesos de deconstrucción patriarcal que son constantes y muchas veces dolorosos. Pero también, abrazar al feminismo nos coloca en una realidad de la que casi no se habla: la estigmatización que vivimos las feministas al enfrentarnos a situaciones de violencia, ya sea por parte de nuestras parejas, en el trabajo o por familiares cercanos; en el imaginario colectivo se piensa que por ser feministas no podemos o no debemos vivir violencia, la realidad es otra y me parece sumamente liberador hablar de ello, no hacerlo es deslegitimarnos e invisibilizar nuestras experiencias y vivencias.

¿Cuántas de nosotras no hemos escuchado la responsabilidad que se nos atribuye a las mujeres feministas o no, de educar, concientizar y, en muchos casos, confrontar a los hombres conocidos o desconocidos, sobre sus comportamientos abusivos?

Y creo que cientos de mujeres feministas lo hacemos por convicción más no por obligación. Sin embargo, la exigencia va más allá de confrontar o evidenciar las conductas machistas, también se nos culpa por tener familiares violentos o parejas violentas, una expectativa que puede resultar abrumadora, ¿por qué? Porque no hay inmunidad ante la violencia machista, porque ser una mujer feminista no me exenta de ser víctima de esta violencia, no es así. 

Siempre les digo a las mujeres sobrevivientes de violencia que me permiten acompañarlas en su proceso psicoemocional, que ellas no son las responsables de los actos violentos e injustos cometidos por sus agresores, ya sean familiares, parejas o jefes.

Y lo digo porque estoy convencida de ello, lo digo fuerte y claro: la única persona responsable es quien ejerce la violencia. Sin embargo, esta perspectiva no aplica para quienes somos feministas y activistas que luchamos todos los días por un mundo justo, igualitario y sin violencias. En nuestro caso, generalmente se nos cuestiona y, llegamos a sentir vergüenza de expresarlo ante la estigmatización que enfrentamos.

La idea de que, al ser feministas, deberíamos tener el poder o la capacidad de cambiar a aquellos que perpetúan la violencia incluida la violencia contra nosotras es una expectativa no solo irreal sino muy dañina.

Me he encontrado en una encrucijada emocional y social al tener familiares que perpetúan la violencia, ya sea de género, familiar o cualquier forma de abuso.

He sido culpada por la conducta de esos familiares machistas, esa culpa de pronto es muy pesada y me hace sentir que mi activismo no es lo suficientemente fuerte que soy incongruente si no logro transformar las actitudes machistas de esas personas que son mi familia, pero no es mi imaginario, se sustenta con los comentarios y las expectativas sociales que me rodean como feminista, como alguien que acompaña a “otras” que viven violencias, como si esas otras estuvieran alejadas de mí y de una sociedad violenta. 

Lo he podido hablar desde la amora y la sororidad con otras compañeras feministas y me he liberado de muchas cargas, por ello ahora lo comparto, sé que no soy la única y en colectividad he podido identificar que esa creencia de que al ser psicóloga feminista o activista tenemos las herramientas y el conocimiento para evitar las situaciones violentas es un mito peligroso, pues sabemos que la violencia es estructural y sistémica que no discrimina y por tanto, puede afectar a cualquier persona, independientemente de su nivel de conciencia o activismo.

Hoy sé que ese mito también es injusto, que es indispensable que se nos reconozca como humanas antes que feministas y, por tanto, no ser juzgadas o culpabilizadas por la violencia que enfrentamos en nuestro entorno público o privado. 

Al hablarlo y legitimarme entendí que uno de los mayores obstáculos que puedo enfrentar como feminista al vivir alguna situación de violencia es el estigma. Se espera que quienes abogamos por la igualdad y una vida libre de violencia tengamos una vida personal ejemplar, lo que no solo no existe, no hay perfección y además esta expectativa puede llevarme a la autoestigmatización y al miedo de ser juzgada, a no buscar ayuda o no hablar sobre mi situación, temiendo que mi credibilidad como activista se vea comprometida. 

Hoy quiero decirte que no es así, que no estás sola, que es indispensable reconocer que, como feminista, al igual que cualquier otra persona, puedes, podemos, ser víctimas de violencia machista y que no es tu culpa, que no eres responsable por tener un hermano, un padre, una pareja o un familiar violento, que tu activismo no se mide con base a ello, que tu lucha por la igualdad no te hace inmune a las realidades de un sistema patriarcal que perpetúa el abuso y, que tienes derecho a un proceso amoroso para que, a tu ritmo y a tu tiempo tomes las decisiones que necesites ante las situaciones de violencia que puedas estar atravesando.

Aquí estoy para acompañarte y juntas desmantelar los estigmas que rodean a quienes defendemos la igualdad y una vida libre de violencias, que juntas podemos sanar y seguir desde la ternura radical cuestionando al patriarcado, porque sí, reconocernos vulnerables y permitir que nuestras alas crezcan es un acto transgresor ante este sistema.