Mientras scrolleaba en Twitter (X, lo que sea), apareció, como últimamente cada tres tweets, un anuncio que hacía esta pregunta: ¿Tu también quieres ser el próximo Mark Zuckerberg? Esto me generó una cascada de ideas y cuestionamientos, desde mi silla y pantalla de mujer morena privilegiada, que está en búsqueda del equilibrio. Renuncié a mi último trabajo por motivos diversos, pero el central fue la ausencia de respeto a los diversos espacios que una persona tiene, me estaba enfermando de estrés, poniendo en duda mis principios. La receta la conocemos, a mayor salario y responsabilidad laboral, menor vinculación con la vida personal.
Pero cierto es que la explotación laboral es una realidad en muchos contextos, privilegiados o no. Cierto es que seguimos formándonos y formando seres incompletos en la carrera por ser el siguiente magnate (en masculino), lleno de fama, dinero, oportunidades, una supuesta familia plena y buena salud. Sabemos de sobra que el éxito de Zuckerberg ha sido cuestionado desde su paso por Harvard, al hackear su intranet, la demanda de robo de ideas, y la falta de rigor ético en el uso de la información de los menores de 13 años en las plataformas de Meta, sin consentimiento previo, entre otros.
Sin embargo, el modelo de éxito capitalista sigue siendo el que se persigue, aún dejando la vida misma en ello. Sí, el sistema apesta, pero también jode no encontrar un trabajo digno, una red solidaria, una crianza colectiva, un feminismo incluyente, una paz sustentable, cuya base sea la mental. Sí, el consumismo nos está destrozando como seres, pero también la ausencia de una sociedad civil que ponga un freno a quienes deciden por todas. ¿Qué pasa si México se consolida como el país con los próximos 5 Marks?
Otra reflexión desde el privilegio, actualmente una familia que se permite que una de las guías parentales se encuentre 100% en casa es un privilegio. Seguimos procreando, seguimos buscando el modelo normativo de familia, seguimos criando en solitario. Si queremos tener al siguiente Zuckerberg, debe haber dinero, mucho, las escuelas e ideas no se financian solas. Madre/Padre trabajando, mínimo 10 horas al día, comiendo donde sea y como sea, en su mayoría con una hora de tránsito entre oficina y casa, con dolores y muchos analgésicos. Alguien más cuidará a las próximas generaciones, si se tiene la dicha será la abuela, que lo hará por amor, pero sin salario ni seguridad social; si no, las guarderías, las clases extracurriculares, la amiga, la trabajadora, o la Tablet (sí en femenino).
Entonces ¿a qué le estamos apostando como sociedad? ¿Al éxito que se mide en kilos de ropa, en vehículos y smartphones que denoten nuestro poder adquisitivos, a nuestras infancias que sepan programar pero no cómo resolver conflictos de manera pacífica? Cada vez encuentro más burbujas sociales que crean alternativas fuera del modelo social convencional, es bello pensar y sentir las utopías. Pero se debe tener una cuota mínima de privilegio para acceder a estos escenarios. Estamos viviendo momentos políticos muy desafiantes, cada vez la lucha por la justicia y equidad social se ven desdibujados por actos y decisiones autoritaritas, de izquierda o derecha da igual; nuevamente encajonar, etiquetar, sólo un modelo y una forma de ser social.
La lucha por los derechos humanos no es en vano, no hay vuelta atrás; por más “mano dura” para meternos a todos, todas, todes en la construcción del único rascacielos, hay derechos protegidos constitucional e internacionalmente. No tengamos miedo a discursos sensacionalistas, que buscan pinchar las burbujas utópicas, la defensa por las diversas formas de ser. Primero, como me dijeron hace unos días, miremos y aceptemos los diversos privilegios en donde estamos paradas; después, pensemos y activemos la forma de expandir dichos privilegios. Suena absurdo, pero acercar, por ejemplo, la salud mental a una familia que ha pasado por severos traumas es un paso. Dejemos de buscar trabajos que sólo llenen nuestros bolsillos, y no nuestra conciencia colectiva; maternar es un verbo que se debe conjugar en plural, y eso inicia desde el cuidado de este planeta.
Si somos de las personas privilegiadas que contratamos a otras, activemos la justicia social en nuestras políticas de trabajo; si somos personas que contamos con el privilegio de escoger un trabajo, pensemos en el impacto colectivo de éste. Si somos personas que podemos comprar libros, dispersemos su sapiencia, los prestemos, eduquemos informalmente, regresemos a hablarnos, a abrazarnos, en cada persona hay una persona tallerista. De qué sirve ser el siguiente Mark Zuckerberg en una sociedad en donde hoy mismo 10 mujeres están siendo asesinadas por el simple hecho de serlo, en donde se tiene el mayor índice de bullying escolar del mundo, o en donde el mayor reclutador laboral es el crimen organizado.
Dejemos de apostar a la democracia electoral como única solución, si al a par no se constituye una ciudadanía sin miedo, capaz de salir a las calles, a los espacios públicos y retomarlos. Lo privado es público, no lo olvidemos, y eso no sólo significa que, primariamente, la violencia intrafamiliar debe ser perseguida o la explotación infantil; sino que la discriminación en la que el sistema de salud ha colocado a mi vecina me afecta, o que la toma de pueblos, como Motozintla, ha dejado a las infancias sin escuela por semanas y en un creciente síndrome de estrés post traumático, y eso también es un daño para mi. Sí, salgamos a votar, pero también a pensar y accionarnos en colectivo.