El caso de Gisèle Pelicot expone los límites del consentimiento en un contexto donde las relaciones de poder y la coacción están profundamente enraizadas. Gisèle fue drogada por su esposo, Dominique Pelicot, durante casi una década, permitiendo que más de 50 hombres la violaran mientras estaba inconsciente. La magnitud de esta violencia ha conmocionado a Francia y ha provocado protestas en apoyo a Gisèle, quien optó por que el juicio no se llevara a cabo a puertas cerradas, para exponer la brutalidad del abuso que vivió.
Este caso nos obliga a replantearnos qué significa realmente el consentimiento cuando existen mujeres están atrapadas en estas dinámicas de poder y control. Dominique Pelicot, quien admitió su culpabilidad, no solo drogaba a su esposa sin su conocimiento, sino que documentaba los abusos y los compartía en foros en línea.
A pesar de la claridad de los hechos, algunos abogados de la defensa intentaron sugerir que Gisèle era cómplice, basándose en fotos y videos que la mostraban en situaciones sexuales. Estas sugerencias, aunque absurdas, revelan un patrón más amplio de revictimización y cuestionamiento de la credibilidad de las mujeres en casos de abuso sexual. Gisèle expresó en el juicio su humillación ante tales insinuaciones, destacando cómo el sistema legal a menudo revictimiza a las mujeres en lugar de protegerlas.
El consentimiento, por tanto, se convierte en una herramienta vacía si no se considera el contexto de poder y coerción que lo rodea. Las feministas francesas han advertido durante años que la mera presencia de un “sí” o un “no” no es suficiente para garantizar relaciones igualitarias. El caso de Gisèle Pelicot ejemplifica esta crítica: el consentimiento debe ser entendido dentro de un marco más amplio que incluya las dinámicas de poder y control a las que las mujeres están sometidas, ya sea de manera explícita o implícita.
La problemática del placer: entre la opresión y la agencia
Una de las propuestas más interesantes de The Joy of Consent es la idea de que el consentimiento puede abrir la puerta al placer en las relaciones. Esta reivindicación es clave dentro de los feminismos, que durante décadas han luchado por desmitificar el placer femenino y exigir que el disfrute de las mujeres sea reconocido como algo valioso e importante en sí mismo. Sin embargo, al igual que con el consentimiento, el placer también debe ser revisado desde una perspectiva crítica.
Feministas francesas, como Monique Wittig y Luce Irigaray, han señalado desde hace tiempo que el placer femenino ha sido históricamente subordinado al masculino. En una sociedad patriarcal, el placer de las mujeres ha sido interpretado desde una óptica masculina, donde se espera que las mujeres cumplan con ciertos roles sexuales que satisfacen a los hombres, en lugar de explorar su propio deseo y disfrute. El feminismo ha luchado por reconfigurar esta narrativa, reclamando el placer femenino como un acto de autonomía y resistencia.
El consentimiento y la justicia: ¿quién tiene la voz?
El juicio de Gisèle Pelicot ha revelado también otro aspecto clave en la conversación sobre el consentimiento y la violencia sexual: el papel de la justicia y la forma en que las mujeres son tratadas en los tribunales. Desde el comienzo del juicio, Gisèle ha tenido que enfrentarse no solo a sus agresores, sino también a un sistema judicial que ha permitido que su testimonio y su dignidad sean cuestionados. La sugerencia de que ella podría haber sido cómplice de su propio abuso es un reflejo del pacto patriarcal que sigue permeando los sistemas legales en todo el mundo.
El consentimiento no puede ser considerado de manera aislada, sino que debe enmarcarse dentro de las relaciones de poder y los sistemas de opresión que condicionan las vidas de las mujeres. Feministas francesas como Gisèle Halimi ya advertían que los tribunales no son espacios neutrales para las víctimas de violencia sexual. La revictimización de Gisèle Pelicot en el juicio es una prueba de que, incluso cuando las pruebas de abuso son claras, las mujeres siguen luchando para que se les escuche y se les crea.
Repensar el consentimiento desde una perspectiva feminista
El caso de Gisèle Pelicot nos obliga a repensar el consentimiento, no solo como un acuerdo entre dos personas, sino como un proceso que debe entenderse dentro de un marco más amplio de poder y control. El consentimiento, cuando se ve socavado por la violencia, la manipulación o la coerción, no puede ser verdaderamente libre. Y el placer, en un contexto de abuso, se convierte en algo inalcanzable.
La verdadera justicia para sobrevivientes como Gisèle Pelicot solo se logrará cuando el consentimiento no solo sea un proceso legal, sino una garantía de que las mujeres pueden tener control sobre sus cuerpos, deseos y placeres, sin temor a ser cuestionadas o revictimizadas.
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Axis del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).