Todas hemos escuchado hablar de la caballerosidad, esa serie de acciones que tradicionalmente se espera que los hombres realicen hacia las mujeres: abrir una puerta, ceder el asiento, invitar la cena, etc. A menudo, se presenta como un signo de respeto y buena educación. Pero, ¿qué hay realmente detrás de estos gestos? ¿Son tan inofensivos y positivos como parecen o esconden algo más profundo?

En entrevista para La Cadera de Eva, Jorge Zetina, responsable de prevención de GENDES, una organización que promueve la construcción de relaciones igualitarias, explica que la caballerosidad tiene profundas raíces culturales y está estrechamente ligada a la masculinidad tradicional.

En la masculinidad tradicional, ser caballeroso es una forma de demostrar ser un "hombre de verdad", un "buen hombre", manteniendo el "honor masculino". Sin embargo, esta definición remite a imaginarios antiguos del “caballero”, una figura que lucha o defiende territorios, lo que sigue estando presente en el fondo de la idea de caballerosidad.

Jorge Zetina señala que la caballerosidad puede ser una forma de reforzar estereotipos de género y la masculinidad hegemónica. Actos como abrirle la puerta a una mujer, por ejemplo, pueden parecer insignificantes, pero subyacen a la idea de que la mujer "no es suficientemente fuerte o capaz o hábil para hacerlo".

Aunque algunos hombres defienden que es simplemente su "deber" tener esa atención hacia una mujer, este no se cuestiona en profundidad: ¿por qué tendría que ser un deber? ¿por qué hacia ella específicamente?.

Para el experto de GENDES el problema es que la caballerosidad naturaliza estos elementos al punto de que rara vez cuestionamos la razón detrás de estas acciones. Pareciera que se hacen porque "es un deber", pero sin entender realmente por qué.

Estos problemas de machismo y desigualdad de género están tan insertos en nuestra cultura y en nuestros dichos cotidianos que son difíciles de cuestionar. Y si intentamos hacerlos, la defensa común es que es una "consideración" hacia la otra persona. Esto hace que sea aún más difícil criticarla, pues parece algo bueno, propositivo, cuidadoso.

Entonces, ¿cómo distinguir entre una caballerosidad genuina y un acto paternalista o condescendiente? Jorge Zetina explica que la perspectiva crítica propone que toda caballerosidad, tal como se entiende tradicionalmente, sigue el orden social del género y es, en esencia, machista. En lugar de caballerosidad, deberíamos enfocarnos en acciones de cuidado.

La clave para diferenciar radica en la intención y el contexto. Las acciones de cuidado se basan en procurar el bienestar de la persona, entender sus necesidades y buscar lo mejor para ella, sin esperar nada a cambio. Esto implica saber si la persona realmente necesita o desea esa acción.

Por ejemplo, si sabes que una amiga tiene un gusto particular por un dulce, conseguirlo y dárselo porque te acordaste de ella es una muestra de cuidado, cariño, aprecio.

La caballerosidad, en cambio, muchas veces  tiene una intención oculta: obtener algo a cambio, ganarse el favor, demostrar superioridad o simplemente cumplir con un rol social esperado.

Para identificar si una acción cae en la caballerosidad machista, paternalista o controladora, Jorge Zetina invita a los hombres a cuestionar por qué están haciendo algo. Algunas preguntas clave son:

  • ¿Cuál es mi intención al hacerlo?
  • ¿En qué lugar coloca a la otra persona? ¿Espero que me corresponda o compense de alguna manera?
  • ¿Estoy haciéndolo para demostrar algo o para que la otra persona cumpla con ciertas expectativas?
  • ¿La persona realmente lo necesita? ¿Cómo lo sé? ¿Lo ha validado?
  • ¿Esto le traerá bienestar a esa persona o solo me dará a mí la sensación de que estoy cumpliendo con algo?

Estos cuestionamientos son fundamentales, pero a veces es difícil ver nuestros propios sesgos porque la caballerosidad está tan normalizada que entra en la categoría de "machismos cotidianos" que a menudo pasan desapercibidos. Por ello, puede ser útil preguntar a las mujeres de nuestro entorno (en el caso de los hombres) cómo se han sentido con ciertas acciones.

El experto de GENDES menciona que aunque ellas no tienen la responsabilidad de "educar" a los hombres, preguntar desde un deseo genuino de reflexionar y cambiar puede abrirle los ojos a cosas que no habían notado.

Un punto interesante surge cuando las mujeres realizamos acciones que podrían parecer "caballerosas", como ceder el asiento. A menudo se nos dice "qué caballerosa eres".

Sin embargo, Jorge Zetina señala que a diferencia de la caballerosidad masculina tradicional, cuando una mujer realiza estas acciones, generalmente no es para demostrar superioridad, obtener un favor o cumplir un rol de género para "ganarse" algo. 

Es más probable que sea por genuina consideración, por procurar el bienestar de la otra persona, o incluso por una razón personal en un momento dado (como querer cambiar de asiento). No tiene la intencionalidad de "conquista" o de obtener algo a cambio que a menudo subyace en la caballerosidad tradicional masculina.

El experto destaca que el hecho de que a estas acciones nuestras se les siga llamando "caballerosidad" o simplemente se vean como algo "natural" en las mujeres (como "ellas son cuidadoras") nos muestra algo importante: los cuidados están infravalorados en comparación con la caballerosidad.

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La caballerosidad masculina, al estar asociada históricamente con el poder y el reconocimiento ("el caballero"), se ve como una cualidad destacada, mientras que los cuidados, a menudo realizados por mujeres, no.

Jorge Zetina invita a cuestionar la caballerosidad como una expresión más del machismo y la cultura patriarcal. La apuesta debe ser por ser personas cuidadoras. Esto implica que los hombres también asuman un rol activo en el cuidado de otras personas, atendiendo sus necesidades y procurando su bienestar desde la conciencia y la consideración genuina.

La motivación no debe ser ganarse un favor, ser valorado o reconocido socialmente, sino el bienestar de la otra persona, entendiendo que cuidar de otros también repercute positivamente en el propio bienestar.