¿Alguna vez te has sorprendido recordándole a tu pareja cosas que él olvidó, consolando a tus amigos hombres cuando no tienen a quién contarle sus problemas, o asegurándote de que todos en tu familia estén bien, aunque tú estés agotada… pero rara vez recibes lo mismo a cambio?
¿Qué es el “mankeeping” y por qué nos agota?
Estas escenas cotidianas, que muchas veces pasan desapercibidas, forman parte de un fenómeno que tiene un nombre: mankeeping. El término combina “man” (hombre) y “keeping” (mantener, sostener) y se refiere al trabajo emocional que muchas mujeres hacemos de manera invisible: compensar la falta de redes de apoyo de los hombres y sostenerlos emocionalmente.
En pocas palabras, nos convertimos, sin querer, en terapeutas, animadoras o asistentes no remuneradas de nuestras parejas, amigos y familiares masculinos. Se trata de una desigualdad emocional, pues mientras ellos reciben contención, nosotras cargamos con un trabajo invisible que rara vez es recíproco.
Angelica Ferrara, psicóloga social y co-creadora del término, explicó en entrevista para El País que este fenómeno se sostiene en tres pilares:
- Facilitación social: nos convertimos en “mánagers invisibles ” que organizan y sostienen las amistades masculinas.
- Educación emocional: somos quienes enseñamos a los hombres a comunicarse, empatizar y expresar sus sentimientos.
- Subcontratación emocional: los hombres reciben de nosotras un apoyo excesivo que no buscan ni encuentran en sus amigos.
El mankeeping es, además, una extensión del kinkeeping, concepto creado por la socióloga Carolyn Rosenthal para nombrar el trabajo invisible que históricamente hemos realizado para mantener la armonía familiar: organizar cumpleaños, coordinar citas médicas y asegurarnos de que todos estén bien. Kinkeeping proviene de “kin” (parentesco, familia) y “keeping” (mantener, cuidar).
Justin Lioi, trabajador social clínico especializado en terapia para hombres, explica a The New York Times que muchos de sus clientes masculinos rara vez se sinceran con alguien que no sean sus parejas, quienes terminan cargando con “todo el trabajo emocional”.
¿Por qué ocurre el “mankeeping”?
La raíz de este fenómeno está en lo que estudios en Estados Unidos y Europa llaman la “recesión de la amistad masculina”: en los últimos 30 años, las redes sociales de los hombres se han reducido significativamente.
Un informe de Movember reveló que el 27% de los hombres dice no tener amistades y el 47% confiesa no poder hablar de un problema con un amigo. Incluso cuando tienen amigos, sus charlas suelen ser superficiales. Esto los lleva a depender de sus parejas o amigas para recibir apoyo emocional, a menudo de manera no recíproca.
En esta nota Ismael Ocampo, sociólogo e investigador de Gendes, nos explica que esto se debe a:
- Mandatos de masculinidad: la vulnerabilidad y la intimidad se desaconsejan, asociando el cuidado emocional con debilidad.
- Homofobia internalizada: miedo a ser percibidos como “débiles o raros” por otros hombres si se abren emocionalmente.
Otro factor es el “parejocentrismo”, término que describe la tendencia a colocar a la pareja en el centro de la vida emocional. De acuerdo con un informe de la Universidad de Cambridge, los hombres tienden a depender más de sus parejas para la intimidad y el apoyo emocional, ya que son menos propensos a buscarlo o recibirlo de amigos y familiares.
Esta dinámica alimenta directamente el mankeeping: convierte a las mujeres en la principal —y a veces única— fuente de contención emocional, recargando en ellas un trabajo que debería estar distribuido en una red más amplia de vínculos.
El agotamiento femenino
El resultado para nosotras es claro: resentimiento, cansancio y la sensación de descuidar nuestras propias necesidades. Piensa en tu mamá, tu abuela, tus tías o amigas: han sostenido emocionalmente a sus parejas, hijos y familiares mientras su propio bienestar pasaba a segundo plano.
Esta labor invisible se suma a la ya desigual carga de trabajo doméstico y de cuidados. En México, por ejemplo, dedicamos un promedio de 40 horas semanales a cuidados, frente a 16 horas de los hombres, de acuerdo con el INEGI.
Además, 14.8 millones de personas en México están excluidas del empleo remunerado por labores de cuidado, y más del 95% son mujeres, según revelan los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI en el primer trimestre de 2025.
Esta dinámica se inserta en una cultura del ajetreo donde se nos exige producir en el trabajo remunerado y cumplir con labores domésticas y de cuidado, creando una doble o triple jornada que nos roba tiempo y salud.
La socióloga Luz María Galindo Vilchis señala en esta nota que esta estructura ha romantizado el cansancio, haciendo que estemos constantemente “corriendo” sin tiempo para nosotras. El resultado puede ser burnout, con síntomas como insomnio, falta de concentración y relaciones desgastadas.
¿Cómo romper el ciclo?
Identificar y nombrar el mankeeping es el primer paso: nos permite reconocer esta forma de trabajo invisible y cuestionarla. Angelica Ferrara es clara: no existe una incapacidad biológica en los hombres para brindar cuidados emocionales. El problema no es natural, sino cultural: históricamente no se les han proporcionado las herramientas, el lenguaje ni los modelos necesarios para ejercerlos de manera recíproca.
Por eso para ellos es crucial:
- Invertir emocionalmente en sus amistades, conectando y siendo vulnerables con otros hombres.
- Romper mandatos de masculinidad que desalientan la intimidad.
- Fomentar relaciones profundas y afectivas más allá de la pareja.
Mientras que nosotras debemos cuestionar el parejocentrismo. Maynné Cortés, de Laboratorio Afectivo, nos invita a reflexionar: ¿cuánto tiempo hace que no ves a tus amigas o dedicas tiempo a tus propios intereses? ¿Estás dedicando tiempo a tus pasatiempos e intereses personales? ¿Sientes que tienes otras personas en tu vida en las que puedes confiar y apoyarte?
El cuidado no debería ser un asunto privado: es responsabilidad de todas las personas. Reconocer el mankeeping nos libera de una carga invisible y nos permite construir relaciones más recíprocas, equitativas y satisfactorias.
Una vida plena no se sostiene solo en la pareja: se construye en comunidad.