Desde que Claudia Sheinbaum asumió la presidencia, su cuerpo ha sido objeto de crítica constante: su rostro, su cabello, su forma de vestir. Todo ha sido motivo de burlas, señalamientos y críticas que poco tienen que ver con su agenda política. Ahora, usuarios en redes sociales la acusan, sin pruebas, de haberse sometido a un tratamiento con bótox durante las vacaciones de Semana Santa.
Lo que aparenta ser una crítica política, por la supuesta incongruencia entre los ideales de austeridad del partido que representa y un tratamiento estético, esconde en realidad un juicio profundamente sexista. Es un claro ejemplo de violencia política de género y violencia estética: un ataque sostenido, misógino y clasista que busca degradarla por su apariencia, por el hecho de ser mujer y por ocupar el cargo político más alto del país.
Los comentarios que circulan en redes sociales no se limitan a señalar una contradicción con la austeridad republicana. Muchos usuarios han insinuado que el uso de bótox “prioriza la imagen personal sobre los asuntos de gobierno” y se han valido de insultos como “presirvienta”, un término que no solo es ofensivo por su carga misógina y clasista, sino que busca vincular el ejercicio del poder con el desprecio hacia las trabajadoras del hogar.
En México, este tipo de mensajes no son un caso aislado. Son parte de una estructura más amplia de violencias que enfrentan las mujeres en la esfera pública. La violencia política en razón de género, reconocida por la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV), incluye todas aquellas acciones u omisiones que, por el hecho de ser mujeres, buscan menoscabar o anular sus derechos político-electorales o el ejercicio de sus cargos.
Esto abarca violencia física, simbólica, verbal, psicológica y mediática. Aunque la ley no conceptualiza explícitamente la violencia estética, esta se manifiesta cada vez con más claridad como una de las formas más normalizadas de violencia política de género.
De la apariencia al poder: cómo la violencia estética condiciona a las mujeres políticas
La violencia estética es una forma de discriminación que impone, refuerza o castiga a las mujeres por no cumplir con ciertos estándares de belleza. No está tipificada en los códigos penales, pero sus efectos son reales y tangibles: deterioro de la autoestima, impacto negativo en la salud mental y física, y restricciones en la participación social y profesional.
Según la Encuesta Nacional Sobre Discriminación (ENADIS 2022), el 30.8 % de las mujeres mexicanas de 18 años y más dijeron haber sido discriminadas por su forma de vestir o su arreglo personal. Es decir, ser mujer en el espacio público implica ser constantemente evaluada y castigada por no ajustarse a un ideal de belleza.
Sheinbaum ha sido criticada incluso por alaciarse su cabello rizado. A lo largo de su carrera política, ha hecho adecuaciones a su imagen, como peinarse con una coleta alta, usar carillas dentales o cuidar la apariencia de su piel.
Estas decisiones personales han sido interpretadas como actos políticos, y no desde la autonomía, sino desde el juicio y el escrutinio constante. Su imagen se ha convertido en un campo de batalla simbólico: desde el meme del “wey ya” con su cara hasta el foco en sus supuestos tratamientos estéticos.
Como nos explicó Cecilia Núñez, jefa de comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM, hace tiempo estas violencias tienen distintas dimensiones. Algunas son más sutiles, como la publicidad sexista, el invisibilizar o el anular; otras más explícitas, como humillar, culpabilizar o ridiculizar. Pero todas tienen un mismo objetivo: debilitar la presencia de las mujeres en los espacios públicos.
El caso de Claudia Sheinbaum visibiliza cómo opera la violencia estética como una forma de violencia política: no se critica su agenda o su toma de decisiones, sino su cuerpo, su pelo, su edad, su expresión facial. Se espera que las mujeres en el poder cumplan con un ideal de belleza y, al mismo tiempo, se las castiga por intentar alcanzarlo.
Este fenómeno no es exclusivo de México. Un estudio de la Universidad de Florida encontró que el 75% de las niñas de entre ocho y 12 años se sienten mal consigo mismas después de ver imágenes de modelos en revistas. Y el estudio “La influencia de Instagram en la creación y reproducción del ideal de belleza femenino”, de las investigadoras españolas Teresa Martín y Beatriz Chávez, señala cómo las redes sociales son una herramienta clave en la reproducción de estos estereotipos.
En este contexto, el mensaje mediático y digital que se lanza contra Sheinbaum no es trivial. Lo que se dice en redes y medios es real y tiene consecuencias. En un país donde las mujeres enfrentan agresiones diarias por cómo lucen, exigirle a la presidenta que “no se preocupe por su físico” mientras se la insulta por su apariencia es una forma de violencia sistemática, disfrazada de crítica política, pero profundamente anclada en el machismo.
No se trata de defender tratamientos estéticos ni de aplaudir decisiones individuales, sino de cuestionar por qué seguimos midiendo la capacidad política de las mujeres con la vara de su apariencia.