La decisión de la Cámara de Diputados, con mayoría de Morena, de proteger a Cuauhtémoc Blanco, acusado de tentativa de violación por su media hermana, no es un simple acto de impunidad: es la confirmación de que el poder político en México sigue siendo un refugio para agresores.
Mientras las víctimas de violencia sexual enfrentan la revictimización, la desconfianza y la burocracia, un hombre acusado de un delito grave recibe el respaldo de sus colegas. El 25 de marzo, mientras se desechaba el desafuero, diputadas y diputados corearon al unísono: "No estás solo". La escena fue grotesca: un hombre acusado de violencia sexual recibía el respaldo institucional que jamás se le ha dado a las víctimas.
En un Congreso con mayoría de diputadas, 251 frente a 250 diputados, la decisión fue, como bien señaló Anais Burgos Hernández, presidenta de la Comisión de Igualdad de Género, “una burla a la paridad”.
"Si Cuauhtémoc no está solo, las mujeres sí", nos decía Yndira Sandoval, de Las Constituyentes MX Feministas, esta semana. Y no exagera: según esta organización, al menos 106 miembros de Morena ocupan cargos públicos a pesar de tener denuncias por violencia de género, agresión sexual o abandono alimentario. Entre ellos, el senador Félix Salgado Macedonio, otro protegido del partido.
Morena, que presume su "humanismo mexicano", usó los mismos argumentos que cualquier Ministerio Público misógino para desechar el desafuero de Cuauhtémoc Blanco: "deficiencias en la investigación", "peritajes contradictorios". Es decir, desacreditaron a la víctima para evitar que un juez independiente revisara el caso.
Mientras tanto, en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Norma Andrade, madre de Lilia Alejandra, víctima de feminicidio en Ciudad Juárez en 2001, relataba cómo el Estado mexicano la ha fallado durante 24 años. Nueve fiscales, 17 ministerios públicos y ocho policías de investigación han pasado por el caso sin resolverlo. En su lucha ha estado abandonada por el Estado. No hay aplausos para ella. No hay diputadas coreando su nombre.
Porque aunque se repita hasta el cansancio la frase de Claudia Sheinbaum: “Llegamos todas”, la verdad es que no llegamos todas. No llegamos todas cuando el Congreso, en su mayoría con diputadas mujeres, se convierte en una extensión del pacto patriarcal que sigue protegiendo a los agresores.
No llegamos todas cuando las mujeres que denuncian violencia enfrentan obstáculos insuperables, como si sus vidas valieran menos que los intereses políticos de unos cuantos.
No llegamos todas. No cuando las estructuras siguen blindando a los agresores y desprotegiendo a las víctimas. No cuando el pacto patriarcal sigue operando con códigos de silencio y complicidad política. Y no cuando, a pesar de la paridad, la justicia sigue siendo privilegio de unos cuantos.
El pacto patriarcal no tiene partido: se llama impunidad. Y hasta que no caiga, ninguna habrá llegado.