El próximo 1 de octubre tendremos una imagen histórica. Claudia Sheinbaum se convertirá en la primera mujer en recibir una banda presidencial en los 200 años de la fundación de la República Mexicana.
La primera presidenta de México enfrenta un reto enorme: la construcción de su propia agenda política frente a un lopezobradorismo que dejó enormes deudas no solo con la agenda feminista, sino con las víctimas de desaparición forzada, las infancias y la seguridad, entre muchos otros.
Heredará también un país con una profunda polarización frente a la ya inevitable militarización del país y la reconstrucción de un Poder Judicial, un país en donde menos del 1% de los delitos se resuelven, de acuerdo con la organización Impunidad Cero.
Aunque la mujer que romperá con el techo de cristal en la política mexicana ya advirtió que va a construir el “Segundo piso” de la llamada “Cuarta Transformación” del presidente Andrés Manuel López Obrador. En sus propias palabras: “Lo que significa es seguir defendiendo esos principios y esas causas y hay algunas frases que dice el presidente que condensan esos principios esas causas la primera y ustedes la conocen: por el bien de todos, primero los pobres”.
La pregunta entonces es: ¿Claudia Sheinbaum dará continuidad ciega al proyecto lopezobradorista o se atreverá a marcar una nueva dirección?
Un verdadero liderazgo feminista —que salga de la lógica capitalista, militarista y violenta del patriarcado— requerirá priorizar temas que hasta ahora, el gobierno de México ha ignorado. La agenda de Sheinbaum y la marca histórica que su presidencia puede marcar en México, no debería ser una extensión de un proyecto que mantiene estructuras patriarcales y militaristas.
Como documentábamos hace unos días, la militarización del país, una de las decisiones más criticadas de la 4T, ha ahondado la violencia en las regiones más vulnerables y precarizadas y, lejos de reducir la inseguridad, ha intensificado los riesgos, especialmente en las zonas rurales y en los estados fronterizos, para las mujeres, agudizando las violencias contra las mujeres e infancias migrantes.
Voces expertas también nos han dicho que Sheinbaum necesitará un enfoque distinto en cuanto a la lucha contra la violencia de género, la protección de los derechos reproductivos o la justicia social y ambiental, alejándose de la retórica de la "austeridad republicana" que ha debilitado el acceso a servicios cruciales para las mujeres y diversidades.
Ya sabemos que el que una mujer llegue al poder no garantiza que gobierne con una agenda de género. Por eso, quienes creemos que hay valor en la llegada de una mujer al poder, esperaríamos una presidenta que esté dispuesta a romper con el pacto patriarcal de violencia e impunidad que sostiene al Estado patriarcal, bajo el cual se soslayan cientos de miles de desapariciones y violaciones graves a los derechos humanos.
La administración de López Obrador terminó por adoptar una posición bastante misógina y condescendiente frente a la crisis de feminicidios, acusando las movilizaciones feministas como “provocaciones conservadoras” y negando la gravedad de la violencia de género en el país.
La indiferencia gubernamental hacia la creciente ola de violencia, de género, sí; pero no únicamente, debe ser una de las primeras políticas que Sheinbaum abandone si quiere demostrar un liderazgo verdaderamente transformador.
Creemos que la presidencia de Sheinbaum representa una oportunidad histórica, pero también una enorme responsabilidad. La expectativa sobre su gobierno se sostiene sobre la posibilidad de lograr transformar profundamente México. Aunque se corre el riesgo de que la presidencia de Claudia Sheinbaum repita los errores de la Cuarta Transformación de AMLO, y que las mujeres, las diversidades, las migrantes, las infancias… sigamos siendo invisibles en una “transformación” que prometió ser para todas y todos.
Presidenta, ROMPA EL PACTO.