La depresión no solo es una de las enfermedades mentales más prevalentes a nivel global —4% de la población mundial la sufre—, sino que afecta de manera desproporcionada a las mujeres. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), nosotras tenemos el doble de probabilidades que los hombres de desarrollar esta enfermedad. Una estadística que revela una crisis de salud pública con profundas raíces sociales y culturales.
En México, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado más reciente, de 2021, la depresión es la principal causa de discapacidad entre las mujeres y 19.5% la padece. Por otro lado, un estudio de 2022 del Instituto Nacional de Salud Pública reveló una realidad alarmante: una de cada cinco mujeres mexicanas experimentará al menos un episodio de depresión mayor en algún momento de su vida, pero menos del 20% de ellas buscará ayuda profesional. Lo único peor que sufrir depresión es hacerlo en silencio, en soledad.
Cada 13 de enero se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión y es una oportunidad para mirar este trastorno mental con perspectiva de género porque sólo si comprendemos sus raíces podremos combatir sus efectos.
La vulnerabilidad femenina ante esta enfermedad es multifactorial. Los cambios hormonales juegan un papel significativo, especialmente durante la menstruación, el embarazo y la menopausia. No obstante, los factores sociales y culturales tienen un peso aún mayor: la sobrecarga de responsabilidades representada en “las preocuponas”, como le llamamos en Ola Violeta a las mujeres juzgadas por resentir el estrés de las labores de cuidado y domésticas no remuneradas, es uno de los principales detonantes.
La “doble jornada” para quienes también trabajan fuera del hogar o son parte del tercio de hogares encabezados económicamente por una jefa de familia complican la ecuación de salud mental.
La violencia de género es otro factor crítico. Estudios del Instituto Nacional de las Mujeres revelan que las mujeres víctimas de cualquiera de las cinco formas de agresiones de género reconocidas por la legislación mexicana —física, sexual, económica, patrimonial y psicológica— son tres veces más vulnerables a desarrollar depresión. A nivel global, las mujeres violentadas tienen el doble de probabilidades de desarrollar depresión severa y abusar del alcohol que las mujeres que no la han sufrido, de acuerdo con la OMS.
La presión social y los estereotipos de género tampoco contribuyen. Las exigencias sobre la apariencia física y el arreglo persona, el rol maternal y el “deber ser” femenino generan una carga emocional constante capaz de desencadenar episodios depresivos de alta peligrosidad; para las adolescentes, el mundo digital puede convertirse en el peor enemigo de su estabilidad emocional al compararse constantemente con las imágenes aparentemente perfectas de influencers.
La lucha contra la depresión femenina es inseparable de la búsqueda por reemplazar los roles y estereotipos de género con principios de igualdad sustantiva y humanidad.
Solo abordando las causas estructurales –desde la violencia hasta la desigualdad– será posible enfrentar colectivamente esta enfermedad y darle confianza a quienes la sufren de decirlo en voz alta y saberse en capacidad de exigir su derecho a la salud mental.