En los últimos meses al platicar con mis amistades, he notado dos emociones que se repiten entre nosotres: la ansiedad e incertidumbre por no tener la supervivencia garantizada en esta sociedad excluyente y competitiva y por la dificultad para asimilar los duelos por quienes se han ido.
Encontrarnos con vulnerabilidades similares me ha dado la confianza para abrazarles y saber que nos sostenemos y nos sostendremos juntes. Para elles y para mis ancestras van estas líneas tomadas de mi diario, como una muestra de agradecimiento a sus cuidados que me sostienen y me conectan con la vida.
Platicando con mi amiga Hilda caí en cuenta de que tenía síntomas de ansiedad, algo que nunca había sentido en mi vida. Sé que mi siguiente entrevista de trabajo, así como la inseguridad que me genera mi reciente ruptura de pareja me han puesto nerviosa al grado de no permitirme dormir.
Hoy en la madrugada me desperté y nuevamente comenzaron los pensamientos recurrentes sobre la precariedad laboral en un país cada vez más violento e incierto, las posturas conservadoras y anti-derechos ganando espacios políticos en el mundo, las guerras y el genocidio ocurriendo al mismo tiempo y mi imposibilidad de pasar más tiempo con mi familia y amistades por mi elevada carga laboral. Mi corazón aceleró su pulso y yo sin poder dormir.
Aún de noche, en el intento de calmar mis inseguridades, imaginé el abrazo reconfortante de la mar y de la tierra, el gran útero de la vida, donde todo comienza y hacia donde todo camina. La mar y la tierra me conectan con mis ancestras, aquellas que me cuidaron y en su cuidado me enseñaron de múltiples formas a amar la vida, a tener esperanzas, a cuidarme, a creer en mí.
Recordé la inmensa generosidad y hospitalidad que sentía de mi tía Alba, quien desde que yo era bebé siempre me recibió con cariño en su casa y quien este año se nos fue. Su imagen inmediatamente me vinculó al amor y paciencia de mi prima Cande, mi segunda madre, que me cuidaba todas las vacaciones cuando era niña.
Recordé la fuerza y perseverancia de mi tía Soco, su honestidad, su cariño para abrazar mi disidencia sexual, su capacidad de abrazar el cuerpo y el alma de toda su familia aún con el dolor inmenso de sus manos y sus pies deformándose por la artritis. Una enfermedad que las instituciones públicas de salud no le detectaron a tiempo y no pudieron controlar su intempestivo avance.
Recordé a mi abue Ricarda quien de niña me dio tardes de juego inolvidables en el bosque de su pequeño jardín y me enseñó a cuidar la milpa, las mazorcas, los pollos, los cerditos, los orejones de calabaza para con ellos alimentar a la familia.
También recordé a mi abue Cande que nos llevaba a caminar entre milpas por el río. Era lo más divertido contemplar la belleza del agua corriendo, el color de las flores a lo largo del camino, el olor a hierbas, los árboles amigos, el cielo claro, el viento limpio.
Les agradezco a mis abuelas por heredarme ese amor a la vida, la belleza de la naturaleza en la memoria y la tranquilidad de las plantas en mi corazón.
Recordé a mi padre, quien me enseñó otra forma de cuidado: la fuerza de la perseverancia y la confianza en mí misma. Él me enseñó a estudiar de manera ardua, con esperanza y con compromiso político. Gracias a él mantengo la convicción de que el conocimiento puede y debe ser una herramienta de transformación social.
Por todo ello siempre es doloroso recordar cómo terminó su historia y saber que sufría mucho emocionalmente... pero a la vez, es reconfortante saber que regresó al principio, al vientre de sus dos madres, la tierra y su madre humana. Deseo que ahí tenga la paz y la tranquilidad que no pudo tener en una sociedad de inmensas violencias y desigualdades que marcaron su vida.
Y mi madre, quien me enseñó con su ejemplo de disciplina y perseverancia, con su doble y a veces triple jornada laboral que yo también debía trabajar intensamente para sostener a las personas que amo.
Ella me ha dado los ejemplos más bellos de tenacidad, de esfuerzo diario para cuidar de otros y a su vez de inmensa injusticia por saberla desvalorada por su entorno, por una sociedad que se aprovecha de su trabajo y no ha sido capaz de reconocerle acceso a derechos sociales básicos... mi fuerza diaria eres tú. Nos sostenemos juntas a contracorriente de este orden productivista neoliberal.
Saber que soy sólo porque mis ancestras me sostuvieron y en el proceso me han mostrado tanta belleza humana y de mi entorno, me llena de seguridad. Sin embargo, ahora que puedo hacer evidentes todos los abusos y violencias que viven las personas cuidadoras, que son especialmente mujeres, no puedo más que sentir una profunda indignación.
Acompañarlas a transformar esas injusticias a través de mi solidaridad con su esfuerzo y de mi trabajo académico cuidadoso, sensible a su voz, a sus emociones y a sus deseos le da sentido a mi caminar diario.
En medio de tantas incertidumbres personales y colectivas, rememorar a mis ancestras y acudir a mis redes de afecto y amistad me conduce a la certeza de que el cuidado mutuo nos sostiene. Mis inseguridades no son muy distintas a las de mis amistades o a las de otras personas de mi generación. Hay dinámicas sociales que nos marcan en común como la precariedad e inseguridad laboral o la destrucción de los tiempos y espacios para nuestro cuidado y reproducción social.
Ante ello, reconocer que somos vulnerables y que sólo es posible sostener nuestra existencia en redes de interdependencia de cuidados con otras personas y con nuestro entorno, es clave para hacer más justas estas redes y para ampliarlas hacia ámbitos que trasciendan la familia, como las amistades, las comunidades, los espacios laborales o las instituciones públicas. Por lo tanto, “en tiempos de oscuridad, necesitamos cuidarnos a nosotres mismes y a les demás (...) el cuidado es un acto político consciente en tiempos de oscuridad”.*
*Referencia
Bhattacharya, Tithi [CIEG UNAM] (2025, 11 de septiembre). “Sesión 1 del Seminario de Estudios de Género con Tithi Bhattacharya”. [video] YouTube https://www.youtube.com/watch?v=eHLPYs93eMM


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