En 2018, durante los Latin Music Award, Gloria Trevi, por primera vez en un escenario, se reconoció como sobreviviente de Sergio Andrade, su exmanager y productor, y dio un emotivo discurso en donde mencionó que tomó la decisión de exponer su dolorosa experiencia para lograr que otras víctimas puedan hablar.
En ese mismo año pero meses atrás, Oprah Windfrey dio su recordado discurso en los Globos de Oro, una gala en donde muchas de las actrices más cotizadas de Hollywood vistieron de negro como muestra de apoyo al movimiento Me Too. Digamos que, el 2018 fue un año importante para hablar de aquello con lo que hemos convivido siempre: la violencia sexual.
Cinco años después, nos enfrentamos a un panorama totalmente distinto, ahora mismo escudriñar en la vida de las víctimas que denuncian, para encontrar algo que las conviertan en sujetas no confiables y ridiculizarlas es lo esperable. Una práctica que no es nueva pero que ha escalado a un nivel de violencia sin precedentes con el uso de las redes sociales y se ha legitimado a raíz de la de la victoria de Johnny Depp en el juicio mediático por difamación contra su exesposa, Amber Heard; un caso que ha servido, además, como excusa para desconfiar de las víctimas y someterlas al repudio público como castigo por atreverse a hablar.
En este contexto hostil para las víctimas que denuncian, Gloria Trevi, de la mano de Televisa, lanza su serie, que si bien cuenta su historia narrada con su propia voz, también utiliza la ficción para hablar del escándalo de violencia sexual peor contado de la historia latinoamericana de este siglo. Por supuesto, salió muy mal.
La explotación de la imagen de las sobrevivientes
Todas las sobrevivientes son dueñas de sus historias y deberían tener el derecho a contarlas, si así lo consideran. Sobre todo, si sus casos son de conocimiento público y no necesariamente, por decisión de ellas. Lo que deberíamos cuestionar es la explotación comercial de estas historias para la creación de relatos de superación personal, y no porque no sean dignas de reconocimiento o admiración, sino porque individualizan un problema sistémico y como solución a este solo nos plantean el empoderamiento personal.
Eso es precisamente lo que hace la serie Ellas soy yo, desde su intro, en donde Gloria repite sus palabras de 2018 y nuevamente menciona que ella “ya está bien”, y solo se expone por “las personas que la ven como un reflejo”. Pero, ¿es necesario que las sobrevivientes sean referentes a seguir?
En su libro Patriarcado y capitalismo, las autoras Josefina L. Martínez y Cynthia Luz Burgueño, hablan de la iniciativa de las actrices de Hollywood en los Globos de oro de 2018 y la llaman “espectacularización glamorosa”, porque si bien esta acción hace referencia a un problema real que viven todas las mujeres, lo hace desde el privilegio de las personas que, a pesar de lo difícil que sea, al menos cuentan con la posibilidad de hablar y una red de soporte emocional y económica dispuesta a acogerlas si lo hacen. Cuando las artistas hablan de sus experiencias sin mencionar esto, el discurso termina siendo solo un espectáculo de cinismo.
Al final del día estas iniciativas, ya sea por ignorancia o con consciencia, sirven más para el marketing de las marcas personales de las artistas que las lideran, que para sensibilizar sobre la problemática que abordan.
El imaginario de las víctimas perfectas
La gran oportunidad perdida de Ellas soy yo fue la de humanizar a las víctimas. Una de las peores lecciones que nos dejó el juicio de Johnny Depp contra Amber Heard es que no hay justicia para las víctimas “malas”. Lo que quiero decir es que sabemos sensibilizarnos ante casos en donde las víctimas son retratadas como "buenas mujeres": hijas estudiosas, leales esposas, amigas incondicionales o trabajadoras incansables (de trabajos “dignos”, obvio); pero la historia es otra si nos hablan de mujeres manipuladoras, amantes, esposas infieles, mentirosas, codiciosas o egoístas. Cuando las víctimas tienen estas características o nos las muestran así, pareciera que toda forma de violencia ejercida contra ellas es justificable o entendible, por lo menos.
Eso lo sabemos porque lo vemos en cada caso de violencia que se hace público; de hecho, por eso ya existen lineamientos para evitar que las personas que ejercen las comunicaciones, expongan a las víctimas a estos juicios sociales. Ya existen los recursos para contar una historia que considere la dignidad de las sobrevivientes, pero Televisa prefirió invertir en locaciones internacionales para el rodaje, en vez de en la construcción de un guión respetuoso.
Carla Estrada, la conocida productora de telenovelas a cargo de la serie, en varias entrevistas señala que el objetivo de la serie es lograr que más víctimas se animen a hablar, mientras que, escudada en la ficción, nos presenta una historia en donde evidentemente, algunas víctimas son también villanas y otras son siempre buenas. Lo más condenable de esto, sin duda, es que se le olvida que a quienes retrata como villanas representan a adolescentes tratando de sobrevivir a un depredador sexual.
Hacer esta clara diferencia entre las víctimas, genera que la conversación se vaya, una vez más, hacia el comportamiento de ellas. Esto Gloria lo sabe, no solo porque ella misma lo ha vivido, sino también porque ha leído las críticas a la serie, aún así, ha respondido a ellas, desconociendo toda responsabilidad de la producción por cómo se cuenta la historia, diciendo que la gente ve la serie con “los lentes del machismo”.
El branding del empoderamiento
Para la presentación a la prensa de Ellas soy yo, se decoró el espacio con retratos de todas las mujeres que trabajaron en la serie. De hecho, toda la campaña publicitaria de la serie, estuvo centrada en el “empoderamiento femenino”, una estrategia que ahora mismo vende muy bien.
Le llamo estrategia porque de hecho, no es más que solo eso. La producción no ha hecho un trabajo profesional por entender los problemas sistémicos que permiten que pasé lo que pasó. No hay una intención de, al menos, sensibilizar a las actrices y los actores sobre el tema. A tal punto que son ellas mismas que, en declaraciones a la prensa, han hablado de antagonistas y villanas en la serie. Lo que sí hay es un discurso que se repite: la violencia hay que denunciarla. Un discurso básico, elemental pero también cínico.
Se perdió una gran oportunidad con Ellas soy yo, pero estoy segura de que nunca existió una intención real para hacer de esta serie algo distinto. Solo se trabajó en el rebranding, para vendernos como nuevo, el mismo producto de siempre.