Nunca hasta ahora había visto series de narcos. A pesar de ser una gran consumidora de productos culturales desde la primera temporada de Narcos (2015) tuve claro que, habiendo crecido en un país como México, que a día de hoy podemos denominar como narcoestado, y en el que la relación del poder institucional con el crimen organizado tiene por lo menos ya 4 décadas de amor/odio, mi reticencia a pasar mi tiempo de ocio admirando las “proezas” de cuatro señores que se han hecho de oro a base del tráfico de drogas estaba clara. Ni me interesa, ni me conmueve. Sin embargo, con Griselda fue distinto, por supuesto que mi motivación era ver a la queen Vergara haciendo un papel distinto del que lleva haciendo 20 años. Así que antes del estreno de Griselda decidí meterme en materia y empecé con Narcos México, vi las tres temporadas antes de que saliera la serie de la Vergara.

Al verlas entendí el porqué del boom de estas superproducciones de Netflix y es justamente su carácter de superproducción, valga la redundancia. Son series con una estética impecable, unas bandas sonoras magistrales, (Gustavo Santaolalla es el responsable de Narcos México); con elencos muy bien elegidos, en grandes locaciones, con buenos guiones y buena dirección. En resumen: son productos culturales bien hechos, con mucho, pero mucho varo detrás. Narcos ha sido la serie más rentable de Netflix y costó alrededor de 30 millones de dólares. Y por supuesto, ver en pantalla a personajes que salieron de pueblos en donde la miseria es el pan de cada día y que se hicieron ricos, siempre vende. Estamos ávidas de historias de ascenso social, porque muchas vivimos jodidas. Las historias de narcos conectan con la plebe y esto debería estar ya más que asumido.

Por otro lado, pregunto: si las series de narcos son apología del crimen, que según el diccionario de términos jurídicos se define como: “ideas o doctrinas que ensalcen el crimen o enaltezcan a su autor, que solo es delictivo como forma de provocación y si por su naturaleza y circunstancias constituye una incitación directa a cometer un delito”, entonces, ¿qué es Succession, una serie que muestra las miserias de los multimillonarios dispuestos a asesinar a su padre con tal de quedarse con su riqueza? O ¿qué son los true crimes? en donde además, todos y cada uno de los primeros capítulos abren con el cuerpo de una mujer desmembrado y violentado hasta la muerte.

Con esto no pretendo hacer una defensa de las series de narcos, solo poner el foco en que, el análisis desde la apología del crimen es un argumento un poco manido y con cierto punto de doble rasero: los ricos pueden serlo y matar a quien les dé la gana, porque estamos acostumbradas a su violencia, la cual está legitimada por su dinero, empero, la plebe no puede hacerlo porque crimen organizado. No sé, hay algo ahí que se me queda corto en el análisis de los productos audiovisuales, que no en el de los narcoestados como productores de violencias basados en la necropolítica, aclaro.

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De vuelta a Griselda. Sin duda la serie se enmarca en esta tirada de superproducciones sobre narcos, es la historia de la única mujer fundadora del cártel de Medellín y la “patrona” del narcotráfico de cocaína en Miami, pero que se trate de una mujer no implica que sea feminista. A estas alturas deberíamos ser capaces de saber que el feminismo no es todo lo que haga una mujer por el hecho de serlo, y que la sororidad no es la alianza con las mujeres por el hecho de serlo, sino Ursula von der Leyen sería una figura feminista y a todas luces no lo es. Como dice Lola Olufemi, “el feminismo es un proyecto político acerca de lo que podría ser, apostando por futuros que aún no podemos alcanzar” y por eso está basado en la justicia social, en mejorar la vida de todas las mujeres en todos los ámbitos: vivienda, educación, soberanía alimentaria, derechos reproductivos y derechos políticos.

Por todo esto, no, Griselda no es una serie feminista, pero tampoco pretende serlo. Es la producción de una mujer colombiana radicada en USA, que muestra, de una forma subjetiva y por tanto es solo una interpretación más, la vida de la narcotraficante Griselda Blanco. Recordemos que ese papel ya lo había hecho en 2014 Ana Serradilla para la serie La viuda negra. Así pues, Griselda es la historia de Sofía Vergara (y sus guionistas, por supuesto). La misma Sofía dijo en una entrevista que tenía la necesidad de hacer la serie porque necesitaba encontrar un papel que pudiera representar, además de conocerlo de primera mano, porque vivió esa época en Colombia y sabía lo que era el narcotráfico. El resultado es espléndido y a mi parecer, es quien mejor lo hace de todas las sagas anteriores de Narcos. La Vergara está tremenda y con esta serie demuestra su amplio rango actoral, pero es que hasta Karol G está grandiosa en su papel, no hay un solo detalle fuera de lugar en la serie.

Que se quiera dar la interpretación de que la serie es feminista es una cosa muy distinta a que tenga esa intención, aunque hay algunos momentos de hermandad entre las mujeres de la serie; aunque agradezca que Sofía no reproduzca el papel del macho alfa, sino que muestre a una mujer con todo el peso de los estereotipos de género y los mandatos de feminidad encima. La Griselda de Sofía es una mujer con ansias de poder, pero con contradicciones; el mandato de maternidad, la familia que depende de ella, la violencia de género que sufre constantemente, la sexualización de la que algunas veces se aprovecha y otras tantas es víctima. Creo que la Griselda de la Vergara es una mujer compleja, es una representación acorde a su tiempo, este tiempo en el que los buenos ya no lo son tanto y los malos no son malísimos. Pero no, no es feminista, ni la serie, ni el personaje, ni nada que lo rodee. Quien la vea pensando que así es, se equivocará de lleno en la lectura.

Otro tema sería preguntarnos en quién es legítimo el uso de la violencia: ¿hasta cuándo reproduciremos la idea a veces biologicista de que las mujeres somos pacíficas? Confieso sin pudor, que la idea de la masculinización de las mujeres por ejercer la violencia me molesta. Aunque lo que defienda sea la autodefensa feminista y no el uso indiscriminado de la violencia y mucho menos de la violencia que producen y reproducen los cárteles, los gobiernos, la DEA, etc. Creo que nos hace falta una discusión seria sobre las mujeres como personas que también ejercen la violencia en determinados contextos. De vuelta al ejemplo de Ursula von der Leyen, para mí esa señora ejerce la violencia día tras día desde su sofá en la Comisión Europea, empobreciendo países enteros y defendiendo el mantenimiento del neocolonialismo y las políticas asesinas de Frontex, sin embargo, nadie le llama violenta. No sé, da para un debate largo. Lo que sí queda claro es que la violencia feminicida, racista, capitalista, no es lo que queremos ejercer las feministas. No, Griselda no me representa, por mucho que admire ese porte de patrona que se carga.

Pero ¿consumimos productos culturales deseando que sean feministas? Es deseable que lo sean, claro. Es deseable que haya más series que muestren las desigualdades sociales, que muestren lo profundamente violento que es el capitalismo, sobre todo con las mujeres pobres, que pongan sobre la mesa que ese capitalismo es racial y que el supremacismo blanco es asesino. Más series que pongan en jaque las necropolíticas fronterizas, más series que muestren la cotidianidad de las oprimidas. Sí, queremos más productos audiovisuales que nos representen a nosotras, las de a pie, las que intentamos hacerlo lo mejor que podemos con lo poco que tenemos.

Por concluir: me gusta más Las flores perdidas de Alice, sin duda, pero ver a la Vergara partiéndolo todo y triunfando como una latin queen en USA me produce mucho placer.