Hablar de salud con enfoque de género es hablar de oportunidades que permitirán abrir caminos hacia una ciencia más completa, más empática y conectada con la realidad actual.
Señalar que mucho del conocimiento biomédico se ha construido históricamente sobre el modelo del cuerpo masculino no es una crítica vacía, sino una invitación a reconsiderar las preguntas que planteamos en los temas de investigación, las poblaciones que estudiamos y los sistemas que creamos.
Uno de los vacíos más profundos en esta área es la salud de las mujeres. El informe Closing the Women’s Health Gap (2024) sugiere que las mujeres viven un 25% más de tiempo en circunstancias de mala salud que los hombres.
Esta desigualdad las perjudica directamente, limita su autonomía, acceso a oportunidades económicas y de calidad de vida. El informe también muestra que, a nivel mundial, se podrían ganar un billón de dólares anualmente para 2040 mediante la disminución de enfermedades y el aumento de la productividad femenina y la participación laboral si se cerrara esta brecha.
Las mujeres mexicanas viven en promedio 79 años, siete años más que los hombres. Pero las cifras de esperanza de vida saludable (HALE) revelan que también viven más tiempo agobiadas por incapacidades físicas o mentales: un promedio de 11 años en condiciones de salud deterioradas, en comparación con nueve años para los hombres.
Esta paradoja de "más años de vida, pero menos calidad" resalta la importancia de explorar más a fondo los factores y la dinámica de la salud de las mujeres.
La menopausia es ciertamente uno; es una inevitabilidad en la vida de cada mujer, y sin embargo, una etapa muy poco estudiada con escaso conocimiento en cuanto a terapia personalizada. En su investigación, la Dra. María Palomeque, investigadora del Instituto de Investigación sobre Obesidad del Tec de Monterrey ha demostrado que, en modelos animales, las hembras jóvenes están más protegidas contra el daño metabólico y cardiovascular a pesar de consumir una dieta que no es saludable.
Esta protección disminuye después de la menopausia; durante este declive en la protección puede haber vías hormonales que incluyen el estrógeno, pero también son impulsadas por otras hormonas que pueden usarse para desarrollar terapias dirigidas para mujeres posmenopáusicas. Esta investigación hace una contribución importante al progreso hacia la medicina de precisión con una perspectiva de género.
La inflamación debido a la obesidad puede limitar el acceso a nutrientes esenciales como el hierro, especialmente para las mujeres mayores, como ha investigado la doctora Ana Carla Cepeda-López, investigadora de TecSalud, en sus estudios.
Los estudios sobre nutrición y metabolismo también tienen como objetivo ofrecer soluciones consistentes con el envejecimiento activo defendido por la OMS, y esto a través de la medicina del estilo de vida.
Estos estudios no solo hacen contribuciones a las diferencias fisiológicas, sino también a las desigualdades sociales y económicas que afectan la salud de las mujeres. Pero amplias variaciones siguen siendo el orden del día.
La atención de salud reproductiva todavía está asociada con procesos invasivos o arcaicos. Esto entonces plantea la pregunta obvia: ¿por qué no se han creado alternativas no invasivas para la detección del cáncer cervical? ¿Por qué el dolor menstrual y el síndrome premenstrual siguen siendo algo misterioso en la ciencia médica?
Estos problemas, discutidos recientemente en foros de todo tipo, demuestran una falta de innovación en áreas que importan a las mujeres reales.
Al mismo tiempo, la asignación del esfuerzo científico sigue siendo muy desigual. Como señala Joanna Wolfarth, en el libro: Milk: An Intimate History of Breastfeeding (2023), se han escrito más artículos académicos sobre tomates que sobre la leche materna.
Este último argumento, aunque contraintuitivo, resalta una jerarquía simbólica ilustrando que, aunque se sabe científicamente que la leche humana ofrece ventajas inmunológicas, nutricionales y económicas (y un retorno de 35 dólares por cada dólar invertido en lactancia materna, según la OMS), es un campo aún sin explorar dentro de la investigación biomédica, potencialmente debido a su vínculo directo con el cuerpo femenino.
La integración de perspectiva de género en la investigación constituye una estrategia científica que asegura una mejor calidad del conocimiento y una mayor aplicabilidad a la diversidad de realidades humanas. Se trata de reconocer las diferencias biológicas, así como las desigualdades estructurales que moldean el acceso, el diagnóstico y los tratamientos médicos.
También implica explorar el espacio para preguntas que han sido eludidas durante mucho tiempo, no porque no sean relevantes, sino porque son ajenas al modelo predominante.
Mirar con género abre espacio para una sintonización más cercana y para una ciencia más humanamente enfocada. Temas como la mediana edad, la obesidad, lo cardiovascular o el envejecimiento no sólo son relevantes: son urgentes. Porque la ciencia que ignora los cuerpos y experiencias de las mujeres como parte de su objeto de estudio está incompleta.