México anunció esta semana el camino hacia la jornada laboral de 40 horas y el gobierno lo presentó como un avance histórico. Es una demanda que organizaciones, colectivos y personas trabajadoras han defendido durante años frente a un sistema que exprime el tiempo de la gente. Pero cuando pensamos en quién podrá usar realmente ese tiempo, la historia cambia. En este país las mujeres siguen cargando con la mayor parte del trabajo que sostiene la vida, un trabajo que el patriarcado da por hecho y que casi nunca se reconoce.

Los datos de la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo 2024 del INEGI revelan que las mujeres dedican 66.8 % de su tiempo total de trabajo a labores no remuneradas, mientras los hombres apenas 33.2 %. Eso significa que en México las mujeres siguen sosteniendo la vida con trabajo que no se ve y no se paga, cuidando y manteniendo los hogares sin reconocimiento.

La reducción de la jornada laboral puede sonar prometedora, pero para millones de mujeres liberar horas en el trabajo no significa tener tiempo propio. Muchas veces significa que acaban haciendo más tareas en casa. Las cifras hablan por sí mismas. 

En México muchas mujeres viven en pobreza de tiempo, una realidad donde casi no queda espacio para estudiar, descansar, socializar o simplemente estar consigo mismas porque la mayor parte del día se va en cuidar y sostener a otras personas. Cuando el cuidado recae siempre en las mismas, el tiempo propio desaparece.

Esta semana también analizamos la brecha económica desde otro ángulo. El IMCO estima que México no alcanzará la paridad en los consejos de administración hasta 2043. Y aunque solo el 14% de esos puestos está ocupado por mujeres, el verdadero problema empieza mucho antes.

El informe Estados Con Lupa de Género 2025 señala que 16.9 millones de mexicanas están fuera del mercado laboral en las entidades con peores condiciones para su desarrollo y que 10 millones no tienen ingresos propios. México está lleno de mujeres que podrían trabajar, pero no pueden hacerlo porque el país no ha construido las condiciones para que lo logren.

El trabajo no remunerado es enorme y mantiene en pie tanto a las familias como a la economía, pero el sistema lo borra porque le conviene que siga siendo gratuito. Al no registrarlo, tampoco se crean políticas que lo reconozcan ni lo redistribuyan. La reforma de las 40 horas repite esa lógica. Habla de productividad y crecimiento, pero deja fuera a quienes sostienen todo ese funcionamiento con su tiempo y con su cuerpo. 

Además, la propuesta ni siquiera garantiza dos días de descanso obligatorios a la semana. Solo se exige un día libre por cada seis de trabajo, y muchas empresas podrían decidir cómo repartir sus jornadas. Es el mismo modelo capitalista y patriarcal que exige trabajo constante, sin valorar el descanso ni reconocer el cuidado.

La diputada Patricia Mercado nos lo dijo esta semana en entrevista con La Cadera de Eva. Si no existe una red pública de cuidados, el tiempo que se reduzca en el empleo no será para las mujeres. Será para seguir atendiendo tareas en casa. Para evitarlo se necesitan escuelas de tiempo completo, centros de día, estancias infantiles y políticas que involucren también a los hombres en el cuidado. Sin esto la reforma no cambia la raíz del problema.

La implementación también avanza lentamente. Es un ritmo que parece más pensado para la comodidad del sector privado que para mejorar la vida de las trabajadoras.

Lo que ocurre en México es una crisis de cuidados. La vida diaria demanda mucho más de lo que el sistema está dispuesto a sostener y por eso la carga termina en los cuerpos de las mujeres. Reducir la jornada es un avance, pero sin un sistema nacional de cuidados, sin corresponsabilidad de género y sin autonomía económica para las mujeres, el cambio se queda corto.

El verdadero problema no es solo la cantidad de horas que se trabajan. El problema es quién tiene tiempo y quién no. Quién puede entrar a un empleo y quién queda atrapada en casa porque no hay alternativas. Quién asciende en una empresa y quién ni siquiera puede buscar trabajo.

Mientras el país siga dependiendo del tiempo de las mujeres, particularmente aquellas precarizadas y marginalizadas, para sostenerlo todo, cualquier reforma laboral será limitada. Será un avance que se celebra, pero que no transforma lo esencial.