Se me empiezan a notar arrugas en las orillas de los ojos, las canas pasaron de ser una sorpresa a formar parte del inventario de mi pelo y se me ha cruzado por la mente, más de lo que me gustaría admitir, la idea de inyectarme los labios con ácido hialurónico.
Que cada quien se haga lo que quiera, es lo que se dice últimamente en torno a tratamientos de belleza, sobre todo cuando se trata de mujeres. Sin embargo, la relación entre salud y belleza se ha vuelto tan cercana como confusa. Tamara Tenenbaum en su libro El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI habla de las conductas que hemos adoptado bajo el argumento del amor propio o del autocuidado, como estar a dieta, hacer ejercicio o, periódicamente, visitar a la cosmetóloga.
Por ejemplo, en la serie Girls, Hannah (interpretada por Lena Dunham, creadora de la serie) constantemente es señalada por su peso o por ser gorda. Incluso, en uno de los episodios de la primera temporada ella habla de que siempre ha estado 4 kilos por encima del que debería ser su peso ideal y, al ser cuestionada al respecto, aclara que en realidad nunca ha hecho ningún intento por no ser gorda.
Esto último me resulta importante, ya que se suele dar por hecho que las personas gordas se encuentran en un intento constante por perder peso.
Y tú, ¿cómo te cuidas?
Ahora es mal visto señalar a una persona por su aspecto físico, pero eso no quiere decir que hayamos dejado de compararnos. Ocurre que, en lugar de hablar desde el cómo nos vemos, hablamos desde el qué hacemos para “cuidarnos”. El autocuidado, en ese sentido, se convirtió en un eufemismo que abarca diversas estrategias en torno a lograr estándares socialmente bien vistos de belleza y amor propio. Retos de 14 o 30 días utilizan estandartes como “cuídate” o “ámate” para referirse a un combo de alimentación, ejercicios e incluso meditaciones.
¿Qué de lo que hacemos hoy lo hacemos realmente desde la perspectiva del autocuidado? Es decir, ¿de verdad esto es cuidarnos o es una estrategia que, en el fondo, busca encaminarnos a determinados estándares físicos y, sobre todo, de conducta o hábitos?
Responder a esta pregunta en un nivel personal me cuesta trabajo, porque no es fácil desvincularme del pensamiento de que “siempre se puede estar mejor”. Especialmente cuando sabemos que este proceso viene con el mandato de: acéptate como eres. Y esta tarea parece asumirse en solitario, bajo una responsabilidad que aparenta ser individual y que constantemente nos hace sentir que fracasamos.
La toma de decisiones se nos muestra como una responsabilidad individual cuando, en la realidad, cada decisión se entreteje socialmente. Ante la frase “si no cambias es porque no quieres”, tengamos presente todos los factores que nos impactan y condicionan en lo colectivo. Una cantidad inmensa de imágenes nos muestran constantemente “la belleza” y, a partir de ello, no solo consumimos y producimos lo que sea para cumplir esos estándares, sino que también nos relacionamos.
Hago lo que quiero, pero sobre todo, lo que puedo
A nivel individual podemos cuestionarnos desde dónde tomamos nuestras decisiones. Pensemos en qué elementos de nuestro contexto nos son facilitados o limitados para nuestra toma (o no) de elecciones en términos políticos, económicos y sociales. Cada quien hace lo que quiere, pero también lo que puede.
Lo natural es que, con los años, nos salgan canas y arrugas; aunque constantemente se nos ofrecen tratamientos para ocultarlas. Esto me hace pensar en otro acto que es intrínseco a nuestra naturaleza: comer. La comida no es un acto que se mantenga oculto, pero hubo un momento en el que fueron bastante comunes las pastillas para no comer…
Hace años, en una presentación de danza, me sentí frustrada porque los cuerpos de todas las bailarinas eran extraordinariamente delgados. El amigo que iba conmigo objetó que más que corresponder a estándares de delgadez era casi evidente que esto se debía al tipo de actividad física que ellas desarrollaban de manera profesional. En ese momento no recuerdo si dije algo más, pero hoy esta anécdota me sirve para hablar de la importancia de la visibilización de la diversidad corporal. Existimos diferentes tipos de cuerpos (y con ello entiéndase también pelos y rostros) y queremos que más que hablar del amor propio se hable, y por supuesto se muestren, los cuerpos como son: con arrugas, rosácea, granitos, estrías, pelos, flacidez, celulitis, manchas, etc.
Los estándares de belleza ocultan lo que consideran incómodo de ver, no fuimos nosotras las que un día despertamos y pensamos que, por ejemplo, las arrugas se ven mal. El hecho de que a estas se les se considere inadecuadas es cultural. Jimena Outeiro, una de las conductoras del pódcast Concha, en el episodio Concha vieja, señala que todas las personas sabemos que vamos a envejecer, pero cuando notamos signos de este proceso recurrimos a usar filtros de Instagram que alisan la cara, empezamos a no mostrarnos tanto en fotografías e incluso elegimos ropa que muestra menos nuestro cuerpo.
Durante las noches de insomnio paso horas en Instagram y al algoritmo le resulta inevitable mostrarme tratamientos para mejorar mi cuerpo. A veces ocurre que me aburro, pero en otras ocasiones son los ronquidos de mi perra los que me sacan del universo de mensajes que, de nuevo, me hacen pensar que soy yo quien me autoexijo cierta apariencia, es decir, como si fuera una demanda mía y no realmente lo que es: una serie de mandatos que corresponden a un contexto que los determina y que, sobre todo, llegan desde afuera, no me los inventé yo. Genuinamente no me siento representada en esos mensajes.
Jimena, en el mismo episodio, habla de un tipo de deseo que tiene que ver con llegar al punto de aceptación en el que finalmente podamos reconocernos como valiosas tal cual somos. Es decir, empezar a validarnos con la edad que tenemos, nuestro físico actual y, de paso, las ganas que tenemos de hacer o no hacer.