Seguramente has escuchado "piropos" en la calle. Esa expresión verbal, a veces un gesto, de connotación sexual y que no pediste. Durante mucho tiempo, esta práctica ha sido vista en México como algo simpático, galante o incluso como parte de nuestro "ingenio cultural". 

Algunas personas, e incluso algunas mujeres, llegaron a considerarlo como una señal de que eran atractivas, validando su belleza a través de la aprobación masculina. Sin embargo, la realidad que muchas vivimos es muy distinta a la de un simple cumplido

Para profundizar en este tema, conversamos con Tomás Armando Llamas, coordinador de Metodología en Gendes, una organización que promueve la construcción de relaciones igualitarias, quien señala que el piropo no es un halago; es una manifestación de acoso y violencia contra las mujeres.

¿Por qué no es un halago?

Para empezar, el piropo es un acto unilateral. Un hombre se dirige a una mujer, generalmente desconocida, con comentarios sobre su aspecto físico o frases con connotación sexual sin su consentimiento. Si la mujer reacciona negativamente o lo rechaza, puede enfrentarse a reacciones agresivas.

Esta forma de acoso callejero se dirige generalmente a mujeres jóvenes por parte de hombres desconocidos. Representa un ejercicio de poder. Tomás Armando Llamas explica que, quien lo emite cree tener "la razón" sobre el cuerpo, actitud o vestimenta de la mujer, basándose en un tema de uso y abuso de poder. Se convierte en una gratificación personal para quien lo dice, especialmente frente a otros hombres.

El mensaje que los piropos envían a las mujeres es claro: las cosifican, tratándolas como objetos para la satisfacción del hombre. Esto perpetúa roles de género inequitativos y reduce el valor de una mujer a su apariencia física o sexualidad, en lugar de verla como una persona digna y respetable.

Una forma de violencia invisible con consecuencias reales

El piropo es una de las modalidades más comunes de agresión sexual en el espacio público. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2022), el 45.6% de las mujeres han sido agredidas en el espacio público al menos una vez en su vida en México. Del total de agresiones, 42% han sido de tipo sexual. 

La mayoría (64.8%) de las víctimas han sido violentadas en la calle o el parque, otro porcentaje importante (17.8%) en sus traslados en transporte público. Destaca que más del 70% de sus agresores son desconocidos.

Aunque muchas personas no lo asocien con la violencia sexual, el acoso callejero es la antesala de formas más graves de violencia sexual. El piropo se invisibiliza como violencia, percibido históricamente como ingenio o halago, a pesar del malestar que genera. 

La licenciada y maestra en Psicología por la Facultad de Psicología de la UNAM, Patricia Piñones, lo clasifica como una forma de violencia no visible, de acuerdo con la Pirámide de Violencia de Galtung, señalando que la violencia va más allá del daño físico visible; también existe la violencia simbólica expresada a través de chistes, canciones o mensajes culturales.

Las consecuencias del piropo no son menores. Las mujeres que lo reciben se sienten sexualizadas, intimidadas o avergonzadas. Restringe su movilidad y percepción de seguridad. Llegan al extremo de modificar su vestimenta pensando en los lugares y horarios por los que tendrán que transitar. 

Además, se invade sorpresivamente a las mujeres en un espacio público que, desde la infancia, se les presenta como peligroso, vulnerando su derecho a transitar libremente y con seguridad. Además, se presiona a las mujeres para que no "provoquen" a sus agresores, culpándolas por las agresiones recibidas.

¿Cómo desnormalizar los piropos?

Tomás Armando Llamas relaciona directamente los piropos con la cultura machista. Describe el machismo como un fenómeno mutable que se va transformando y actualizando constantemente. 

La masculinidad, por su parte, es un aprendizaje que los hombres obtienen de diversos espacios sociales (familia, escuela, medios, etc.) y que les enseña cómo deben de vivir, sentir y relacionarse. 

El experto de Gendes señala que esta socialización, a menudo se basa únicamente en el uso y abuso de poder hacia otras personas. Para cambiar esta cultura, es fundamental desnaturalizar esta práctica. El experto de Gendes propone varias claves:

Hacer conciencia individual: que los hombres entiendan que lo que ellos consideran un halago, para la mujer puede ser incómodo o violento. Es necesario auto-observarse, auto-escucharse y auto-criticarse sobre los propios comportamientos, actitudes y el contenido que se consume en los medios.

Trabajo con y entre hombres: revisar los códigos de masculinidad aprendidos, reconocer los procesos de violencia (incluso la psicológica y sutil) que se ejercen, y señalar estas conductas en otros hombres para detenerlas o invitarlos a revisarse. Los espacios grupales o la terapia individual pueden ser útiles para esto.

Escuchar a las mujeres: poner mucha atención a lo que las mujeres señalan sobre su incomodidad. Si ellas dicen que les es incómodo, significa que es así. Ser receptivos a esta escucha activa y empática puede generar cambios importantes en las relaciones.

Generar acuerdos en vínculos cercanos: en lugar de "halagar" indiscriminadamente a mujeres desconocidas, comenzar por establecer acuerdos en relaciones cercanas (pareja, familia, amistades, trabajo) sobre cómo expresar aprecio. Esto implica preguntar si la otra persona acepta un comentario y, si es así, acordar cómo decirlo para evitar la sexualización y objetivación. Se requiere abrirse a la escucha activa y al diálogo directo para construir acuerdos.

Llevarlo al ámbito social: señalar la práctica en espacios públicos y redes sociales para no ser cómplices de esta violencia. Para que las nuevas generaciones no piensen que este tipo de agresión es normal y natural, la educación desde temprana edad es fundamental. Es necesario abrir la discusión pública sobre estos temas.

Tomás Armando Llamas señala que la violencia es un fenómeno complejo e histórico que se presenta de formas explícitas y sutiles como los piropos. Es fundamental hacer énfasis en el trabajo de las violencias sutiles.

Así que ya sabes, el piropo NO es un halago, es un instrumento de dominación masculina, una manifestación de la cosificación de las mujeres y una forma de violencia que limita nuestra libertad y seguridad en el espacio público. Visibilizarlo y erradicarlo es esencial para construir una sociedad más justa, igualitaria, respetuosa y donde todas podamos transitar sin miedo.