Hay una canción de la banda española Burning que dice, “qué hace una chica como tú en un sitio como este, que clase de aventuras has venido a buscar”, supongo que lo mismo debió pensar el policía de Holbox (isla mexicana altamente turistificada) cuando dos mujeres altísimas, delgadísimas, blanquísimas, y muy sofisticadas, entraron en la estación de policía, conocida también como comisaría, a refugiarse de la lluvia. No sé si en la mente del señor oficial se habrá conjurado el término “etérea” para referirse a la forma en que una de ellas se mueve como sin tocar el suelo que pisa, moviendo las manos como el flautista de Hamelin toca la flauta. No sé si habrá pensado que las damitas se confundieron de changarro, si eran una aparición mariana como la de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego pero en el siglo XXI, o si el asombro ni siquiera le dio chance de hacerse una idea de quiénes eran esas dos mujeres divinas que llegaron como traídas por la lluvia mientras afuera se caía el cielo de Yucatán. Lo que sí sé, es que casi ninguna mujer mexicana se habría atrevido a refugiarse de la lluvia en una comisaría.
Las dos mujeres divinas, como diría el maestro Lara, eran una escritora española y su novia, quienes después de participar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se han quedado viajando por México. En las últimas semanas podemos ver en el Instagram de la escritora fotografías y stories en lujosos hoteles de la península de Yucatán, disfrutando de las delicias mexicanas: de la luz, los colores, las playas, las frutas, todo un espectáculo de exuberancia que como ya sabemos las locales, nunca decepciona… más que a las locales, que no podemos permitirnos esos lujos ni en nuestra propia tierra.
Pero hasta ahí todo bien, en sus redes cada quien sube lo que le da la gana, faltaría más, da igual si son un constante alarde de burguesía feat lesbian filter. Lo que me hace escribir esta opinión es que, dentro de esas historias, había algunas, en concreto tres, que fueron grabadas dentro de una estación de policía mientras las mujeres divinas se resguardaban de la lluvia. En los videos ellas aparecían sonrientes, haciendo cosas típicas de quien está feliz y se nota, un policía (aunque también podría ser un guardia de seguridad) de fondo mirando el celular y una nota que decía: “resguardadas en comisaría”.
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En un primer momento no me creí lo que estaba viendo, pero enseguida entendí que sí, que lo que mis ojos veían era real: dos mujeres euroblancas se protegían de la lluvia en una estación de policía, un lugar al que una mujer mexicana jamás -llueva, truene o relampaguee- se le ocurriría entrar por su propio pie, porque las estaciones de policía son posiblemente de los lugares más letales en un país en donde se asesina a once mujeres cada día. Una mujer mexicana, si además es indígena o afro y pobre, bajita la mano, saldría manoseada de ese sitio, pero todas sabemos que en muchos casos, las mujeres pobres y prietas, de comisaría ya no salen. Por eso afirmo que, si bien es cierto que el simple hecho de refugiarse en una comisaría puede resultarnos a las locales, simplemente insólito, subirlo a redes sociales, sobre todo tratándose de una escritora abiertamente lesbiana y entiendo que feminista, con miles -casi 64 mi- de seguidores, es banalizar la violencia que las mujeres sufrimos a manos de las fuerzas de seguridad y un profundo insulto a la lucha de las feministas mexicanas, donde nació, por cierto, la consigna política: me cuidan mis amigas, no la policía. Además de un despliegue de privilegio blanco totalmente innecesario.
Para las feministas mexicanas, el 19 de agosto de 2019 quedará siempre en nuestra memoria como el día en el que la Victoria Alada a.k.a. el Ángel de la Independencia, se convirtió en un símbolo de resistencia frente a las fuerzas de seguridad. La pintada de letras negras sobre mármol blanco “México feminicida”, contenía la rabia de todas y cada una de nosotras, rabia desatada por la violación de una menor a manos de 4 agentes de policía y por la inacción del Estado y las autoridades correspondientes para exigir responsabilidades a los culpables. En esa misma marcha en la que se pintó la Victoria Alada, se incendió una comisaría y se gritó mientras ardía: ¡Me cuidan mis amigas, no la policía!
Como dice un compañero y amigo antirracista, las consignas más sentidas siempre nacen en los sures.
Decía mi querida Francesca Gargallo: “las amigas me cuidan de la violencia callejera, de los maridos y amantes despechados, de los misóginos frustrados que deciden actuar en defensa de una virilidad que sienten amenazada. Y me cuidan de las actuaciones cada día más violentas y erráticas de la policía de todos los estados, incluida la capital. Actuaciones que revelan un odio muy peligroso a las feministas y a las personas diferentes.” Cuidándonos entre nosotres es como las mujeres, las disidencias, los cuerpos feminizados practicamos la autodefensa colectiva, al tiempo que construimos un programa de reExistencia (hermoso concepto de mi querida Emanuela Borziachello) con el que dotar de nuevos significados a nuestras vidas y también a nuestras muertes, en el que la policía no tiene cabida.
Obviar esta genealogía es pasar por encima de ella, por encima de nuestras muertas, de las mujeres violadas por la policía, de las desaparecidas. Es nombrarse abiertamente enemiga nuestra, es recibir con gozo el cetro y la corona colonial del feminismo blanco. Yo entiendo que la escritora de la que hablo no tiene por qué conocer la memoria feminista mexicana, aunque la Revolución del Glitter, como se le conocen a las movilizaciones feministas del 2019, copara titulares internacionales. Sin embargo, y apelando a lo que podemos llamar inocencia blanca (un dispositivo de naturalización de la violencia como dice yos erchxs piña narváez) el hecho de resguardarse de la lluvia en un lugar que las feministas mexicanas han incendiado, adquiere un simbolismo profundamente colonial.
¿Quién, sino solamente un cuerpo euroblanco, podría refugiarse de la lluvia en una comisaría? ¿Quién, sino solamente quien posee un pasaporte europeo puede moverse por el mundo sin mirar en dónde se mete, sin temer por su integridad o su vida? ¿Quién, sino una mujer blanca europea, puede estar por encima de cualquier uniformado del sur global?
Robin diAngelo define privilegio como “la capacidad de un individuo/colectivo de desplazarse por el mundo profesional, personal, social con relativa facilidad. Tienen más probabilidades de moverse por el mundo con la expectativa de que sus necesidades sean satisfechas fácilmente.” Poder refugiarse de una lluvia en una comisaría es resultado del privilegio blanco, del lugar que a esa persona le otorga una sociedad en la que el supremacismo blanco configura el contrato racial.
Es por todo esto que me parecía necesario escribir, desde mi lugar de enunciación, este texto, un texto que no pretende ser una cancelación a nadie, sino simplemente hacerle ver a cualquier mujer euroblanca privilegiada que, como dice nuestro himno (ahora que la presidenta lo volvió a poner de moda), profane con su planta nuestro suelo, y entiéndase que nuestro suelo es nuestra lucha, la lucha por nuestras vivas y nuestras muertas, la raíz que nos une a una tierra largamente masacrada y expoliada, que no puede pasar por encima nuestro sin que alguna de nosotras alce la voz, porque es ahí, en nuestra voz, en donde se concentra toda la fuerza de nuestra dignidad. Esa que nunca han podido arrebatarnos.