“Que cese la espera de la eternidad cansada de esperarnos, que el silencio se vuelva transparente para que el verdadero sonido filtre por fin su alma. Que “el círculo perfecto” se vuelva luz encendida en alguien que abre una puerta. Que el golpe de mar quede en la memoria, penetrante”.
Susana Chávez
Cuando Emanuela Borzacchiello habla de la historia del feminismo en México le brillan los ojos y por momentos se le llenan de lágrimas, son lágrimas de emoción, de admiración, pero sobre todo, de quien en ese pasado vislumbra un horizonte de lucha futura. No es baladí que sea historiadora de formación y que haya pasado la última década investigando la violencia feminicida en México. Ha excavado en los archivos feministas; a hablado con madres, hermanas, amigas, y compañeras de mujeres que han sufrido violencia feminicida; ha rastreado la hemerografía, estudiado todo lo que hasta ahora se ha escrito para ordenar las piezas y los datos con el fin de entender qué es lo que posibilita la violencia feminicida y cuáles pueden y están siendo ya, los horizontes de lucha que den respuesta a un fenómeno complejo y multifactorial que lleva décadas asolando no solo a Ciudad Juárez o recientemente a Ecatepec, sino también a estados como Guanajuato, el estado con el PIB más alto de México.
En su paso por Madrid, he podido hablar con ella y tener la suerte de presentar el resultado de esa investigación, el libro, ¡rExistimos! El feminicidio y la telaraña de poderes, publicado por Bajo Tierra Ediciones y CIEG-UNAM.
¿Cómo es que llegas a investigar los feminicidios?
Llegué a México en el 2007, cuando Calderón empezó la guerra contra el narco. En aquél entonces todo me entusiasmaba y pude viajar sola desde la Ciudad de México hasta Chiapas, a Veracruz y Oaxaca en coche, incluso por la noche; pero en menos de un año me di cuenta de que mi libertad de movimiento se había acortado drásticamente. Los pasos se recortaban, para mí eso fue tremendo porque en mi memoria corporal reconocí muchas cosas que yo había vivido durante mi adolescencia en el norte global. Yo nací en un pueblo pequeñito, territorio donde nació la Camorra, la mafia napolitana. Mi cuerpo guardaba la memoria de muchas modalidades de control del territorio, de falta de libertad de movimiento, sobre todo siendo mujer. En esos momentos no estaba investigando el feminicidio, no sabía ni qué significaba, yo investigaba periodismo feminista mexicano, la lucha por los derechos seuxuales y reproductivos y de pronto me encontré con que mi cuerpo me llamaba hacia la investigación del feminicidio, mi cabeza no paraba de pensar y de aprender, y entre más aprendía, más mi cuerpo me jalaba hacia México, porque era el único lugar en ese momento en donde yo sabía que ahí podía aprender mucho más que en otros países. Como te dije, nací en Nápoles, de ahí huí a estudiar a Milán mientras trabajaba por las noches en un call center y llegó el momento en que estando en México se me reveló que yo tenía que quedarme ahí para aprender a investigar la violencia.
Fueron años muy fértiles, la Universidad se transformó realmente en un ágora, una plaza amplificada que acogía a cualquier persona que en ese momento estaba investigando la violencia y lo que estaba sucediendo en Juárez, la misma Rita Segato fue a México para trabajar sobre ello. En esos años también se dió la despenalización del aborto en la Ciudad de México y recuerdo que en el entonces PUEG se organizaron unas jornadas y en la misma mesa había activistas, académicas, periodistas, integrantes de organizaciones de la sociedad civil; entonces entendí también que la Academia tenía que ser eso y mucho más.
Este es un libro escrito por una feminista que investiga sobre violencias feminicidas, lo que para mí lo inserta en la tradición de la investigación militante, ¿cómo ha sido ese proceso de investigación estando dentro del feminismo?
Nace de mi precariedad laboral. Nunca he tenido dinero para investigar porque nunca he tenido una beca, tenía que trabajar y los trabajos que me llegaron eran sobre la investigación de violencias feminicidas; a mi y a otro grupo de investigadoras nos llamaron desde Guanajuato para escribir un diagnóstico sobre los feminicidios y la necesidad de activar la alerta de género en el estado. Esto fue en el 2012-14, cuando Guanajuato se creía, era la Suiza de México, un estado en donde no pasaba nada, era la capital de la cultura con el festival Cervantino, etc., bajo esta fachada se escondía un porcentaje de violencia altísimo. Pasamos casi tres años investigando, escribiendo y produciendo datos cuantitativos y cualitativos demostrando que sin duda en el estado se tenía que emitir la alerta de género de manera inmediata. Durante la investigación conocí lugares como Silao, uno de los parques industriales más grandes de América Latina, una zona franca que también se llama puerto interior y que es fundamental para entender lo que está sucediendo.
El Gobierno de Miguel Márquez Márquez, decidió no publicarlo, archivarlo en un cajón y no emitir la alerta de género. Nosotras fuimos amablemente invitadas a irnos del estado, pero yo decidí seguir investigando lo que estaba pasando en Guanajuato.
En los siguientes dos años, la violencia en el estado escala de manera exponencial, es entonces cuando empiezo a pensar Guanajuato en una especie de intercambio de ida y vuelta con Juárez. Ciudad Juárez es fundamental para entender el sistema de gobernabilidad que después se extiende a todo el país. Hoy en día, con muchas compañeras decimos: Juárez es todo México.
Toda la violencia que hoy en día vemos en los cuerpos (mutilaciones, desmembramientos y un largo repertorio de la crueldad) ya se veían en los 90 en Juárez, ¿Hemos sido capaces de prever lo que iba a suceder?
Sí, desde el primer momento. Excavando en los archivos feministas descubrí documentos de feministas que ya en los años 70 habían escrito artículos donde planteaban que la violencia en la frontera norte estaba escalando a partir de los cuerpos de las mujeres; en ese momento no tenían palabras para nombrarlo, pero ellas hablaban de violencia contra las mujeres a partir de lo que veían que sucedía en las maquilas, en dónde vivían, cómo y de qué enfermaban. Sus investigaciones, que partían de las enfermedades de los cuerpos de las mujeres, tenían una metodología que relacionaba la raza, la clase y el género; entonces: los feminismos mexicanos desde el minuto cero ya utilizaban lo que años después se nombró como interseccionalidad. Las investigaciones de las feministas en México llevan haciéndolo desde siempre, llevan desde siempre esa mirada en sus ojos. Mercedes Olivera Bustamante en 1976 escribe un primer artículo sobre las mujeres en Chiapas y las distintas opresiones que sufren, esto es clave para entender cómo miramos e investigamos la violencia. Y también para resaltar que hay que investigar no tomando la voz de las mujeres que sufren estas violencias, sino acompañándolas.
Algo que me dijo Mónica Mayer fue que, cuando dicen que el feminismo en México siempre ha sido de mujeres blancas de clase media alta, solo miremos a las fotos de aquellos años, qué mujeres estaban en las marchas: estaban un montón de mujeres, no solo blancas, ni de clase media-alta. Lo que nos toca es seguir escribiendo y fortaleciendo esta historia y seguir construyendo genealogía a partir de los archivos feministas.
¿Qué es un archivo feminista?
Es un instrumento político que logra por un lado, recoger todo el trabajo que hemos producido durante años desde diferentes y múltiples ámbitos, en donde podemos recoger los instrumentos que hemos creado para investigar las violencias, las fosas comunes, pero también la rebeldía, la rabia, lo que hemos puesto en el campo de acción feminista. Y por el otro, es también una herramienta útil para recoger no solo instrumentos sino también las fragmentaciones de los movimientos feministas en México. Los archivos son fundamentales como dispositivos para tener más potencia política. Llevamos años trabajando en la emergencia, lo que no nos da tiempo para escribir, entonces el archivo feminista te brinda la oportunidad de tener silencio, calma y la oportunidad de pensar más allá de la urgencia y la emergencia.
En el libro propones la excavación histórica como metodología para investigar las violencias y las condiciones de posibilidad de ellas, ¿qué es?
Hay que partir de que no se puede atender la violencia si no se entiende primero, para eso la teoría feminista esta produciendo conocimiento. La excavación histórica significa que antes de dar un paso adelante, yo hago uno atrás, porque no nos inventamos nada, como dice mi amiga e historiadora Claudia Zapata, la historia no parte de cero; hay que ver qué hemos hecho antes para recoger lo que nos sirve y seguir hacia adelante. A mi me gusta mucho la imagen del búho, que mira en la noche o que vuela hacia adelante mirando hacia atrás.
Cuando comencé a investigar la violencia feminicida empecé a preguntarme cosas que parecen obvias, como ¿cuándo surgió la violencia en Juárez, en los años 90? y descubrí que no, que los procesos que vuelven violento un territorio son lentos, multifactoriales y hay que investigar capa por capa. En Juárez podemos remontarnos a la legalización de los juegos de azar en 1860, por ejemplo. Después llegó el tren, después los programas de desarrollo de la frontera norte, después la demanda de Estados Unidos de mano de obra y la devolución a México cuando ya no les servía, un constante vaivén de cuerpos que deshechas cuando ya no te son útiles. La frontera es un lugar propedéutico desde donde se puede mirar la violencia, analizarla y ver cómo va cambiando. Juárez es uno de estos lugares, es un laboratorio experimental de la violencia donde podemos entender cómo y por qué cambia mirando capa por capa de la historia, para establecer una metodología de investigación.
En esos mismos lugares surgen también prácticas de rExistencia, porque Juárez en los años 90 no era la ciudad más peligrosa del mundo para las mujeres, “simplemente” en Juárez los movimientos feministas que ya eran fuertes en Chihuahua, con mujeres como Lucha Castro, grupos como el 8 de marzo, Casa Amiga, el grupo de Esther Chavez Cano, empezaron a protestar, a investigar, a nombrar y a visibilizar lo que estaba sucediendo y así a formar más y más grupos feministas.
Excavando en un archivo encontré la foto de un grupo de mujeres vestidas de negro, como catrinas (o brujas) con sombreros grandes y vestidos negros, que llegaron desde la periferia norte de México al Distrito Federal en 1999 e hicieron una marcha de silencio en el mismo centro del poder institucional, y con su silencio gritar que nos estaban matando.
¿Qué es la rExistencia como categoría de pensamiento?
Es algo que todavía se está creando y que espero que podamos contribuir a desarrollarlo. Ya lo estamos haciendo entre todas. Las palabras son útiles en tanto que son operativas. Las palabras, las nociones, las categorías, la tipificación misma de feminicidio fue y es útil porque es operativa, porque opera en varios campos: en las marchas, en los tribunales de justicia, en las casas, entre nosotras. Llegar a la rExistencia se da de constatar que constantemente estamos produciendo vida a partir de la muerte y el dolor. En nuestras vidas estamos constantemente viviendo cruces entre el dolor, la alegría, la rabia. No existe un camino lineal hasta salir del túnel, por el contrario todo el tiempo hay una serie de sentimientos y dificultades cruzadas, de este cruce nace la rExistencia. No solo estamos resistiendo, las mujeres y los cuerpos feminizados todo el tiempo estamos inventando algo, estamos creando algo, estamos en otro modo de habitar el territorio, porque si una mujer en León, Guanajuato me dice que una forma de luchar contra la violencia es barrer su banqueta y llevar el sentido del trabajo de los cuidados a lo público, ahí está creando otra modalidad de hacer política y lo hacemos además sin pedir permiso. Desde el gesto mínimo le damos nuevo sentido a la política.
Hablando de la importancia del lenguaje en tanto que operativo, ¿por qué a las feministas no nos sirven términos como narcoestado o guerra contra las drogas?
Porque nombrar México como un narcoestado implicaría una simplificación que no nos ayuda a comprender la complejidad del problema y la pluralidad de los actores implicados en este tipo de crímenes, porque hay una telaraña de poderes mucho más compleja que solo el enfrentamiento del Estado y los cárteles del narcotráfico. Y lo pienso yo pero también lo piensan Marcela Turati, Daniela Pastrana y más investigadores de la violencia.
Hoy en día salir de nociones donde hay solo enfrentamientos dicotómicos entre dos actores nos sirve porque, y vuelvo a Juárez, cuando Calderón comienza la llamada guerra contra el narco, significaba que había un Estado que era bueno y los cárteles que eran malos, pero en realidad el ejército entra también a colaborar decidiendo quién entre los cárteles tenía que ganar y quién no. Lo mismo sucede con la instalación de las maquilas, los empresarios entran en esta telaraña de poderes a negociar con el crimen organizado y a su vez a recibir los permisos del poder político, así se crea una alianza estratégica que crea un nuevo tipo de gobernabilidad donde el político te da el permiso que te sirve para construir tu maquila, el ejército es el brazo armado que sería para liberar/oprimir o gobernar a través de la violencia y el crimen organizado tiene mucho dinero lo que le permite sofisticarse. En este nuevo sistema de gobernabilidad cada actor tiene potencia y fuerza porque cada uno tiene su rol que, además, no entra en conflicto con el otro.
¿Cómo crees que se plantea el futuro con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia?
Te respondo esta pregunta como hago investigación, que es a partir de las necesidades que yo encuentro por la calle: yo tengo que atender a una víctima de violencia hoy, no mañana, porque mañana puede ser muy tarde, pero paralelamente proyecto y trabajo a largo plazo. Tengo que ver todos los espacios de posibilidad que tengo para atender a esta mujer y creo que algunos espacios no podían abrirse con los gobiernos priistas y panistas. Antes en la Fiscalía de la Ciudad de México no se podía ni siquiera entrar, gracias a que ha habido un cambio de gobierno, desde la base de los feminismos hemos hecho de todo para elegir nosotras una fiscal de feminicidio que realmente pudiera hacer algo, esa fiscal fue Sayuri Herrera. La primera fiscal especializada para la investigación del delito de feminicidio seleccionada por convocatoria pública. Fue una fiscal coherente con la confianza que las feministas le hemos dado, sobre todo porque venía desde los movimientos sociales, no le interesaba el cargo, le interesaba hacer algo con el cargo. Claro que tuvo que negociar, porque estaba moviéndose en una de las instituciones penales más criminales del país, pero gracias al hecho de que se empezaron a crear sinergias entre el dentro y el afuera se pudo atender casos de forma diferente. No se pudo resolver el problema, pero por primera vez los feminicidios en la Ciudad de México bajaron el 40% y ese no es un dato que dependió de Sheinbaum, sino de que por primera vez se comenzó a poner en acción medidas creadas desde los feminismos de base. La instrumentalización en el discurso político es que gracias al gobierno de la CDMX bajaron los feminicidios y la realidad es que es gracias a todo lo que el feminismo creó antes y que sigue creando hoy día. Ahora lo que tenemos que hacer a gran escala es crear vasos comunicantes, donde no siempre tenemos que estar de acuerdo, pero sí en contacto para intercambiar herramientas; porque si no nos comunicamos y nos aislamos se creará la figura de la enemiga, y en un territorio muy violento donde nos atacarán por todos lados y donde justo por el triunfo de Sheinbaum, la reacción patriarcal y la revancha autoritaria, neoconservadora y neofascista va a llegar muy dura, tenemos que crear mecanismos para protegernos juntes.
¿Cuáles son los 5 libros de Emanuela para entender la violencia contra las mujeres?
De Julia Monárrez Fragoso, Trama de una injusticia: feminicidio sexual sistémico en Ciudad Juárez. Fue la primera en pensar en la investigación a partir de poner en el centro a las que sufrieron violencia.
Coordinado por Lucía Melgar y Marisa Belausteguigoita, Fronteras, violencia, justicia: nuevos discursos, publicado por el entonces PUEG en el 2007.
Huesos en el Desierto, de Sergio González Rodriguez. Sin Sergio habría sido muy difícil comenzar a pensar muchas cosas respecto a la violencia.
El último libro de Marcela Turati, San Fernando: última parada: Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas. Es fundamental.
Y por supuesto, Ya no somos las mismas: Y aquí sigue la guerra, que es un encuentro de trabajos que vienen desde la academia, el periodismo, la investigación, que nos muestra que cuando no etiquetamos a la otra, sino que colaboramos juntas podemos adoptar cada territorio y rescatar cada cuerpo.