Como cada año, el próximo 25 de noviembre saldremos a las calles para conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Una fecha que nació de la fuerza política del feminismo latinoamericano y caribeño. Fue en 1981, durante el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe celebrado en Bogotá, cuando activistas de toda la región decidieron dedicar este día a las hermanas Mirabal: Patria, Minerva y María Teresa, tres mujeres dominicanas que enfrentaron una de las dictaduras más feroces del continente.

La orden de Rafael Trujillo de asesinarlas convirtió a “Las Mariposas” en una memoria insumisa que desnuda lo que las mujeres en América Latina hemos sabido siempre: que el patriarcado, alimentado por el racismo, la colonialidad del poder, la militarización y la violencia de Estado, castiga a quienes se atreven a desafiarlo.

Este año, el gobierno de Claudia Sheinbaum anunció que el próximo 25N presentará los primeros avances del Plan Integral contra el Abuso Sexual, una estrategia que busca fortalecer la respuesta institucional en la atención y procuración de justicia para las mujeres, ante un sistema de justicia que por décadas ha normalizado el acoso, el abuso y la violencia sexual.

En paralelo, ONU Mujeres México lanzó la campaña “Es real, #EsViolenciaDigital” para denunciar que más de 10 millones de mexicanas han sufrido violencia digital, un fenómeno profundamente patriarcal que se ensaña especialmente con mujeres indígenas, afrodescendientes, trans, periodistas, defensoras y creadoras de contenido.

Pero mientras los discursos institucionales intentan mostrarnos avances, los números hablan con crudeza. En México, 11 mujeres son asesinadas cada día. Y si hablamos de las infancias y juventudes, los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública revelan que entre 2015 y octubre de 2025, 879 niñas y adolescentes fueron víctimas de feminicidio, muchas de ellas atacadas con arma de fuego o arma blanca, con el Estado de México, Veracruz y Jalisco concentrando la mayor parte de estos crímenes. Los territorios más empobrecidos y racializados siguen siendo los más letales para las niñas.

A nivel mundial, la violencia tampoco cede. Un informe reciente de la OMS y la ONU revela que casi una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual. En 2023, 316 millones fueron violentadas por sus parejas.

¿Qué han hecho los gobiernos con estas cifras? Prácticamente nada. El patriarcado no es un accidente del sistema; es su columna vertebral. Y en nuestra región, se entrelaza con colonialismo, extractivismo y militarización.

La guerra y el genocidio también tienen género. En plena crisis global de conflictos armados, la más grave desde la Segunda Guerra Mundial, las mujeres pagan el precio más alto. El Informe de la ONU sobre Mujeres, Paz y Seguridad revela que siete de cada diez mujeres asesinadas en conflictos entre 2023 y 2024 murieron en Gaza, y que en estos contextos la violencia sexual aumenta de forma sistemática como herramienta de control y castigo.

Como advierte Rita Segato, los cuerpos de las mujeres se vuelven territorios de guerra. Su concepto de femigenocidio describe cómo los asesinatos y agresiones sexuales buscan aniquilar simbólica y materialmente lo femenino en escenarios marcados por la militarización, el racismo y la colonialidad.

Esta semana recordamos también que hablar de violencia sin garantizar accesibilidad es reproducirla. Desde La Cadera de Eva decidimos no participar en espacios que excluyen a mujeres con discapacidad, como ocurrió con una mesa organizada para esta conmemoración.

Volvemos a decirlo: No basta con nombrar la intersección: hay que practicarla. Si el feminismo no es anticapacitista, antirracista y anticolonial, no es feminismo.

¿Y Por qué marchamos este 25N?

Marchamos porque seguimos vivas, pero no todas.

Marchamos por las niñas violentadas, por las mujeres indígenas y afrodescendientes, por las trans y no binarias, por las migrantes, por las trabajadoras precarizadas, por las buscadoras, por las cuidadoras que sostienen la vida, las presas políticas, por las desaparecidas y las empobrecidas.

Marchamos por quienes no pueden decidir sobre sus cuerpos; por las que abortan con miedo; por las que no pueden marchar; por las que cuidan en soledad; por las que sobreviven a parejas violentas; por las que sostienen la vida desde los márgenes, los territorios y las periferias.

Marchamos también con rabia. Porque la justicia no llega. Porque la impunidad es la regla. Porque las violencias se profundizan en un orden mundial que amenaza nuestros derechos y cuerpos con discursos y políticas fascistas y antifeministas.

Y marchamos con esperanza, porque sabernos juntas nos salva. 

Porque nuestra lucha no es solo contra la violencia, sino contra el sistema que la produce: el patriarcado capitalista, racista, fascista, colonial, capacitista y transfóbico.

El 25N es un grito colectivo que atraviesa generaciones. Es memoria de resistencia y también proyecto de futuro. Una trinchera política donde imaginamos y exigimos otras formas de vida posibles.

¡Nos vemos en las calles!