Esta semana, a propósito del Día Mundial del Medio Ambiente, pusimos el foco en una violencia poco visible pero profundamente destructiva: el agroterrorismo, una forma de violencia usa biotoxinas, bloqueos, destrucción de infraestructura y ataques directos para atacar la agricultura y la producción de alimentos, generando hambre, miedo y desesperanza en las comunidades afectadas. 

Un ejemplo claro está en Gaza, Palestina, donde aunque no siempre se note, el agroterrorismo está golpeando fuerte. El bloqueo y los bombardeos no solo destruyen casas, hospitales y escuelas, sino también las tierras y cultivos que muchas personas necesitan para vivir.

Y es que según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), solo el 4.6% de las tierras agrícolas de Gaza siguen siendo cultivables, mientras que el 95% restante se ha vuelto infértil por la constante destrucción y el bloqueo.

Además, más del 90% del ganado ha sido exterminado, lo que ha destruido la capacidad de producción alimentaria y ha dejado a las comunidades palestinas en riesgo extremo de hambruna y desnutrición.

Esta semana un punto de distribución de alimentos en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza, fue escenario de un trágico incidente, dejando un saldo de al menos 31 personas muertas y 150 heridas tras un ataque de tanques israelíes, según la agencia oficial de noticias palestina, Wafa.

En este escenario de violencia, las mujeres son quienes sufren con mayor crudeza. La destrucción de la infraestructura sanitaria y la escasez de recursos médicos han puesto en riesgo su salud y la de sus familias. Naciones Unidas y organizaciones como Amnistía Internacional han documentado que mujeres y niñas en Gaza están siendo blanco directo de esta violencia genocida. La falta de acceso a servicios médicos adecuados las expone a riesgos físicos y emocionales que pueden afectar a generaciones enteras.

En medio de esta crisis, surgen voces de resistencia y solidaridad que desafían la indiferencia e indolencia de muchos gobiernos. Una de las más visibles es la activista climática Greta Thunberg, quien se unió a la “Flotilla de la Libertad”, una misión internacional que busca romper el bloqueo marítimo impuesto a Gaza desde 2007. 

Esta flotilla no solo lleva ayuda simbólica, como fórmula para bebés, pañales y suministros médicos, sino que también busca visibilizar la brutalidad del asedio y exigir justicia para Palestina.

La Flotilla es un llamado global para que no olvidemos la conexión entre el medio ambiente, la alimentación y la justicia alimentaria. Esta realidad nos recuerda que la violencia contra la tierra es también violencia contra quienes dependen de ella, especialmente las mujeres, que sostienen comunidades enteras con su resistencia y cuidado.