Este año, cuando empezamos a planear la cobertura del 8M, platicamos acerca de una conversación que se abría en X —antes Twitter— sobre el significado de marchar hoy. Algunas, decían, se sentían decepcionadas de ver “tanta brillantina y tan poca politización”. 

Otras más señalaban el purplewashing al que se subirán los partidos políticos de cara a las elecciones de 2024, que finalmente se traduciría en promesas de campaña donde una de sus propuestas sería darnos tarjetas rosas. 

Algunas de nuestras colegas periodistas también señalaban el cansancio ante la violencia institucional que prevalece desde el gobierno contra las asistentes cada año. Granaderos que nos encapsulan o lanzan gas lacrimógeno contra nuestros cuerpos en cada marcha. Medios de comunicación que llenarán de rosa y morado sus páginas y portales hoy y, al día siguiente, hablarán solo de los “disturbios” de la marcha.

También hay que reconocer que muchas de quienes marchamos año con año estamos cansadas, frustradas y enojadas ante la ineptitud e indolencia del Estado para atender nuestras exigencias frente a la violencia feminicida. Hartas de que nuestras exigencias siempre sean ignoradas. Además, preocupadas por un (a veces no tan) incipiente y sutil giro en el discurso público hacia una tendencia antifeminista

Por eso es que desde La Cadera de Eva consideramos importante cuestionarnos en esta Editorial, por qué marchamos este día y señalar también por qué muchas mujeres no pueden o quieren hacerlo.

Mientras escribíamos esta Editorial y hacíamos nuestras reflexiones políticas desde el feminismo sobre cómo llegamos este año al 8M, las mamás de las víctimas de feminicidio de este país colocaban velas y cruces en la plancha del Zócalo capitalino con las fotos de sus hijas para recordarnos el enorme cementerio que es este país

Siempre son ellas quienes nos recuerdan, cada año, por qué nos acuerpamos, por qué el hartazgo y la toma de calles. Por qué nos acompañamos y nos abrazamos en este día. Por qué caminamos juntas. Es la voz de Yesenia Zamudio, llena de dolor y de rabia,la que nos mueve, es José Luis Castillo, pidiendo que no olvidemos que nos falta Esmeralda, quien nos impulsa. 

Una vez más, frente a las vallas y muros que se levantan frente a Palacio Nacional para evitar disturbios durante la marcha, son ellas quienes nos regalan flores. Colocan velas y las fotos de sus hijas, para que sus nombres no queden en el olvido. Este año también pusieron pequeños cuadros de madera pintados de color rosa con la palabra feminicidio para simular las lápidas.

Una vez más, la imagen de este año es una escena que nos recuerda el dolor de las familias que perdieron a sus hijas frente un Palacio sordo que cierra sus puertas no solo a las mujeres, sino a todo aquel que exige ahí en búsqueda de respuestas, de justicia. ¿Qué queda? Quemar y tumbar las puertas. Poner un cementerio frente a esas puertas detrás de las cuales se esconde la indolencia y el cinismo ante el dolor y la muerte. 

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“Estamos aquí en el Zócalo para hacer visible que nos siguen matando a las mujeres y por callarnos, hasta matan a nuestros otros hijos”, dijo ayer por la noche María Magdalena Velarde, mamá de Fernanda Sánchez, asesinada el 4 de enero del 2014 en Cuautitlán Izcalli, Estado de México.

Quien encabezó esta velada la noche del 7 de marzo fue Irinea Buendía, mamá de Mariana Lima, asesinada en 2010 a manos de su pareja y cuya sentencia marcó un precedente en el país para que todos los asesinatos contra mujeres sean investigados como feminicidios y con perspectiva de género

Siempre son ellas, las mamás de Lesvy Beltrán Osorio, de Lilia Alejandra Andrade, de Fátima Quintana, de María de Jesús Jaimes Zamudio, de Jessica González y cientos y miles de los casos que han convertido a México en un país cementerio para las mujeres, quienes nos traen a la memoria el por qué salimos a las calles hoy.

Por las madres buscadoras que son asesinadas mientras escarban la tierra con sus propias manos para encontrar algún rastro de sus desaparecidos por cada rincón de este país. 

Por las mamás que encabezan marchas multitudinarias por la rabia de que por el trabajo negligente de Fiscalías y Ministerios Públicos dejen libre a los abusadores de sus hijas. 

Por las mujeres que no pueden salir a marchar hoy porque están cuidando y sosteniendo la vida, porque en este país de muerte, el 75% de las tareas de cuidados recaen en ellas, en nosotras, sin que haya un pago o reconocimiento por ello.

Por las muchas mujeres para quienes salir a marchar hoy y dejar de trabajar no es ni siquiera una opción posible, porque en México, 7 de cada 10 mujeres viven en pobreza o enfrentan carencias económicas, de acuerdo con las mediciones del Coneval.

Porque las mujeres —sobre todo quienes trabajan en el sector informal— siguen viviendo marginalizadas y en precarias condiciones.

Por la violencia y asesinatos contra las mujeres trans.

Porque nos siguen agrediendo, desapareciendo, matando o quemando vivas.

Por las activistas que son asesinadas mientras defienden nuestros territorios.

Por la violencia sistémica y estructural contra las mujeres indígenas.

Por las agresiones sexuales cometidas y permitidas por las autoridades contra las mujeres y niñas migrantes.

Porque nuestros agresores y el de las niñas están en nuestras casas, y la policía nunca nos cree.

Por las mujeres que mueren en los hospitales por violencia obstétrica y diagnósticos misóginos.

Por las que ya no están. Porque ya no nos falte ni una más. 

Sabemos que la lista de razones es interminable y no nos alcanzan las palabras para nombrar todas las violencias que hoy y cada día nos mueven, nos duelen.

Y tú, ¿por qué marchas o no marchas hoy?