Cada año, el 8 de marzo, nos unimos en las calles para proclamar nuestra presencia, nuestra existencia y nuestra resistencia. La marcha se ha convertido en un espacio de sanación, sororidad, transformación y resignificación de las violencias que hemos sufrido, donde nos abrazamos ante el dolor y la indignación, recordándonos que en esta lucha no estamos solas.

Sin embargo, el año pasado experimenté una sensación desconcertante por primera vez. La marcha parecía desorganizada, como si fuera una secuencia estilizada de imágenes en las redes sociales. No quiero sonar como la típica "tía boomer", pero mientras escuchaba una amalgama de consignas sin coherencia y veía un enorme tendedero ignorado por los contingentes, además de los partidos políticos que instrumentalizaban la marcha para sus propios fines y ejercían un gaslighting institucional, no podía evitar preguntarme: ¿Hacia dónde nos lleva realmente esta marcha? ¿Cuál es la dirección del movimiento feminista? ¿Merece la pena seguir marchando?

Para algunas, la respuesta podría parecer clara: marchamos por nuestro reconocimiento en los espacios estatales, por la erradicación de la violencia machista, por la justicia para todas las mujeres. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja.

En los últimos años, el feminismo institucional ha adoptado posturas aliadas al derecho penal, creando nuevos delitos y aumentando las sanciones para abordar nuestras luchas. Sin embargo, esta aproximación ha complicado el acceso a la justicia para muchas mujeres, limitando las posibilidades de explorar otras formas de justicia y alejándonos de una justicia transformadora. Además, se suma la transfobia hacia las mujeres trans y la criminalización del trabajo sexual, lo que invisibiliza diversas experiencias de ser mujer en un país marcado por diferentes formas de violencia y estructuras económicas.

A pesar de los avances en el ámbito legal para combatir la violencia de género, este marco legal no beneficia a todas las mujeres por igual y, en muchos casos, se convierte en un instrumento de punitivismo que perpetúa injusticias. La justicia para todas sigue siendo una meta distante, especialmente en casos de violencia feminicida, sexual o familiar.

Salimos a marchar porque, además de nuestras demandas individuales, nos abrazamos como colectivo para resistir

Por ello, no debemos olvidar que la marcha del 8M no sólo interpela a las mujeres feministas, sino también a aquellas que no se identifican como tales, así como a las familias de las víctimas de violencia. Es un llamado a la acción colectiva y a la reflexión sobre nuestras acciones y reclamos.

La marcha posee una carga política que va más allá de la mera visibilidad. Es un acto de resistencia, de catarsis y de construcción de comunidad. No cuestiono la manera en que cada una marcha; si deseas ir vestida de Barbie o portar un cartel con letras de tu cantante favorito, es tu elección y expresión política. Sin embargo, resulta crucial considerar mecanismos de cuidado colectivo, especialmente en un contexto donde se ha criminalizado la protesta.

El autocuidado y la atención hacia las demás son esenciales. Aunque la fotografía en Instagram sobre tu asistencia en la marcha parezca maravillosa, grabar o fotografiar a mujeres sin su consentimiento las coloca en una situación vulnerable. Es crucial manejar la información compartida en  redes sociales con responsabilidad. No debemos olvidar que el Estado ha criminalizado a mujeres feministas, como lo demuestran casos recientes con las Fiscalías de la Ciudad de México, Guanajuato o el Estado de México.

Por lo tanto, respondiendo a la pregunta inicial, sí, vale la pena marchar, y contamos con innumerables razones para hacerlo. Salimos a marchar por las mujeres asesinadas cuyas familias resisten la violencia del Estado que se niega a reconocerlas, por las mujeres trans invisibilizadas dentro de un sistema legal cisnormativo, por las madres autónomas, por el reconocimiento de un sistema de cuidados que nos permita desarrollarnos, por las supervivientes de violencia sexual revictimizadas por el sistema de justicia, por aquellas que buscan a sus seres queridos desaparecidos, por las mujeres víctimas de corrupción ignoradas por el sistema, por las mujeres migrantes agredidas por el estado,  por los padres que claman justicia por sus hijas. Salimos a marchar porque, además de nuestras demandas individuales, nos abrazamos como colectivo para resistir.

La marcha del 8M constituye un recordatorio potente de nuestra fuerza colectiva y nuestra capacidad para resistir y transformar. Sigamos marchando juntas, en solidaridad y con determinación, hacia un futuro más justo que nos permita florecer.