La menstruación es un proceso biológico natural que experimentan miles de millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, aunque compartida en su esencia, no todas las mujeres vivimos la menstruación de la misma manera.
En México, más de 22 millones de mujeres mayores de 15 años reportan alguna discapacidad o limitación, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2021. Para muchas de ellas, la menstruación implica una doble carga: se enfrentan al estigma y tabú que aún rodea al ciclo menstrual, sumado a la falta de condiciones dignas y accesibles para gestionarlo.
¿Cómo se vive la menstruación cuando no puedes ver, moverte con libertad o acceder a información básica sobre tu propio cuerpo? Roxana, Brenda y Elizabeth, tres mujeres que viven con discapacidad, nos comparten sus historias y una realidad muchas veces ignorada: el ciclo menstrual diverso, complejo y la necesidad de avanzar hacia una justicia menstrual verdaderamente inclusiva.
Cuerpas diversas, necesidades diversas
La menstruación en mujeres con discapacidad motriz, sensorial o intelectual presenta retos específicos que rara vez son abordados adecuadamente. "La menstruación se gestiona de manera distinta dependiendo la condición de discapacidad. Lo que le sirve a un grupo no le sirve a otro", explica Roxana Pacheco Martínez, quien vive con discapacidad motriz. Esta diversidad de experiencias exige soluciones personalizadas y una mirada inclusiva que reconozca las distintas necesidades de las personas menstruantes.
Roxana tiene 54 años y pronto cumplirá los 55. Ella cuenta que ya pasó la menopausia hace unos cuatro años. Su vida profesional la dedica al activismo por los derechos humanos, con un enfoque particular en los derechos sexuales y reproductivos, y es la fundadora de la Fundación para la Inclusión y Desarrollo de Personas con Discapacidad.
Un punto de inflexión importante en su vida ocurrió a los 38 años, cuando un accidente la dejó parapléjica. Sufrió una lesión medular a nivel de la séptima vértebra dorsal. Esto significó para ella la pérdida de sensibilidad del pecho hacia abajo, la falta de control de esfínteres, y gracias a la rehabilitación sexual solo conservó muy poca sensibilidad en la zona de la vulva. Todos estos cambios transformaron por completo su forma de gestionar la menstruación.
Antes de la discapacidad, la menstruación ya era un tema rodeado de cierto silencio. En su casa, su mamá nunca habló de educación sexual. En la escuela, la explicación era muy básica y simple, solo con dibujos del cuerpo de hombres y mujeres.
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La primera menstruación le llegó a los 12 años. Describe la experiencia como inesperada: "De pronto te bajan los calzones y están llenos de sangre". Aunque sabía de qué se trataba, se asustó. Para ella, fue muy penoso. Se llenó de papel higiénico porque tenía cuatro hermanos y no encontraba el momento de hablar a solas con su mamá.
Pasó la noche así y a la mañana siguiente le dijo a su mamá, quien solo le dio una toalla y le dijo "ya sabes cómo se usa", y eso fue todo. Sus primeras veces con las toallas fueron un desafío: a veces las ponía al revés o se le pegaban en el vello.
Cuando llegó la discapacidad y con ella todos los cambios físicos, Roxana se dio cuenta de un problema persistente: los profesionales de la salud, en general, no saben cómo abordar la sexualidad y la menstruación en las personas con discapacidad. Es un tema que ha estado muy invisibilizado a lo largo de la historia. No se proporciona información ni se enseña cómo gestionar la menstruación desde su condición.
Para Roxana, con la lesión medular y la necesidad de usar sonda para orinar (cateterismo intermitente), la higiene se volvió fundamental. Descubrió que usar las toallas sanitarias tradicionales era un riesgo, ya que la sangre podía fluir hacia la vejiga, aumentando significativamente la posibilidad de infecciones de vías urinarias al introducir la sonda.
Las infecciones urinarias son, de hecho, un problema recurrente en las mujeres con discapacidad motriz por falta de información y estrategias adecuadas. Si a esto se le suma el uso de pañal, "todo junto se vuelve una tormenta ahí de contaminación, generando infecciones”, dice Roxana.
Roxana relata cómo, debido a menstruaciones abundantes y la falta de sensibilidad por su paraplejia, llegó a usar doble tampón para evitar fugas, descubriendo por accidente que era una solución, aunque peligrosa. Adoptó esta práctica hasta que llegó la menopausia.
Un camino de autonomía y desafíos
Brenda Lara Hernández, una activista política y social de 27 años originaria de Cuatitlán, Estado de México, vive con discapacidad visual adquirida y degenerativa. Su experiencia con la menstruación, marcada por la la falta de información accesible, revela los múltiples desafíos que enfrentan las mujeres con discapacidad en algo tan fundamental como la gestión menstrual.
Su primera menstruación llegó a los 12 años. Como muchas mujeres de su generación, no hubo una preparación previa en casa o en la escuela. La experiencia fue inesperada y aterradora, especialmente porque ocurrió en la escuela. Al llegar a casa, su madre le explicó un poco, le dio una toalla sanitaria y le mostró cómo usarla, asociando la menstruación con convertirse en una "mujercita".
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Aunque, para Brenda, la gestión menstrual después de adquirir la discapacidad fue "en automático", simplemente usando toallas sanitarias mes a mes sin que se hablara del tema en relación con su nueva condición. Sí enfrentó desafíos. La falta de información accesible en el empaque, como braille o códigos QR con información audible que permitan acceder a las características y diferencias entre los productos de gestión menstrual, dificulta su autonomía para elegirlos.
Otros métodos de gestión menstrual, como la copa menstrual o los tampones, presentan barreras significativas. Brenda tiene ganas de probar la copa menstrual, considerándola potencialmente más cómoda.
Sin embargo, no se ha animado porque las instrucciones, como los videos, son muy visuales y no ha encontrado a alguien que le explique cómo usarla de forma accesible, es decir, describiendo detalladamente los pasos. Lo mismo ocurre con los tampones; no los usa porque no ha tenido una explicación accesible.
Además de los desafíos prácticos, Brenda ha enfrentado problemas de salud relacionados con su ciclo. Está diagnosticada con hipotiroidismo y ovario poliquístico, lo que le causa irregularidad en la menstruación y cambios de humor.
Brenda comparte que los malestares asociados a la menstruación (cólicos, dolor de espalda, senos, cabeza, cambios de humor, etc.), muchas veces no son abordados por el personal de salud con una perspectiva de discapacidad, lo que hace que muchas mujeres simplemente "se callan respecto al manejo de dolor", automedicándose o sin buscar ayuda profesional para problemas de salud subyacentes.
Más allá de la “menstruación digna”
Para Elizabeth Patricia Pérez, el concepto de "gestión menstrual digna" suena, en sus propias palabras, a algo "muy occidentalizado, muy colonial". Esta psicóloga, psicoterapeuta y sexóloga de 40 años, con 15 años de activismo por los derechos de las mujeres con discapacidad, prefiere hablar de cómo cada mujer "lo lleva con las herramientas que puede".
Y es que Elizabeth, quien vive con discapacidad visual –una dificultad reportada por el 48.5% de las mujeres de 5 años y más con discapacidad en México según datos del INEGI– sabe que la dignidad, en muchos contextos, reside simplemente en tener acceso a lo más básico.
Oriunda de una comunidad indígena Tsotsil en los Altos de Chiapas, Elizabeth cuenta que, aunque tuvo acceso a toallas sanitarias, lo que considera un "privilegio" –especialmente comparado con la realidad de muchas mujeres en comunidades donde el acceso al agua y a los productos es limitado, recurriendo a trapos o papel higiénico–, el verdadero desafío radicaba en la información.
Las explicaciones sobre el ciclo, el ritmo o la ovulación eran "muy visuales", no adaptadas a alguien que no ve. Productos como los tampones o la copa menstrual se volvían "muy capacitistas" si las instrucciones no ofrecían descripciones táctiles paso a paso. Incluso las aplicaciones de seguimiento menstrual, tan populares, son a menudo "espacios muy capacitistas”.
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Esta falta de información accesible y adaptada es, para Elizabeth, una clara señal de cómo las mujeres con discapacidad han sido "olvidadas desde las investigaciones, desde las políticas públicas, desde la práctica".
Los datos del INEGI sitúan su realidad en un contexto nacional más amplio, la tasa de participación económica de mujeres de 15 años y más con discapacidad es del 31.3%, significativamente menor que el 53.3% de las mujeres sin discapacidad–, el acceso a productos o información adecuada se vuelve aún más lejano.
La persistente visión social que considera a las personas con discapacidad como "asexuadas" contribuye a esta invisibilidad. Elizabeth señala que la menstruación de una mujer con discapacidad simplemente no se contempla, incluso dentro de algunos espacios de activismo menstrual que, al hablar de "personas menstruantes", no profundizan en las complejidades diversas.
Para ella es importante comprender que la menstruación es diferente para cada mujer y que el objetivo de la educación menstrual debe ser ofrecer herramientas a las mujeres sin juzgar la carencia, reconociendo que tener acceso a una toalla sanitaria o a una pastilla para el dolor es, en muchos casos, un verdadero privilegio.
Barreras sociales culturales y de infraestructura
El estigma general que rodea a la menstruación se agrava para las mujeres con discapacidad. La visión capacitista de la sociedad a menudo las considera "niñas eternas" o seres asexuados, negando o invisibilizando su sexualidad y su capacidad reproductiva, de acuerdo con UNICEF.
Esta negación lleva a que muchas familias no les hablen sobre la menstruación o, peor aún, decidan suprimirla mediante anticoncepción o esterilización forzada, sin su consentimiento informado.
“El hecho de menstruar significa que entonces mi cuerpo está teniendo este ciclo hormonal que viene con el deseo sexual y con mi libertad y mi derecho a vivir una vida plena, de vivir mi sexualidad como mujer" (Brenda Lara, activista)
La falta de infraestructura accesible es otro obstáculo mayúsculo. Roxana señala que los baños públicos a menudo carecen de espacio, barras de apoyo, lavabos a la altura correcta o incluso agua y jabón, elementos básicos para una gestión menstrual higiénica. Una mujer usuaria de silla de ruedas, que manipula su silla constantemente, necesita lavarse las manos antes y después de cambiarse un producto menstrual, una tarea imposible en baños inaccesibles.
Aunque no específica detalles para mujeres con discapacidad, la Primera Encuesta Nacional de Gestión Menstrual de Essity y UNICEF de 2022, mostró que en espacios de trabajo o estudio, si bien la mayoría reporta lavamanos y jabón disponibles, una proporción significativa señala la falta de botes de basura con tapa o papel higiénico constante. La falta de cambiadores inclusivos para adultos en lugares públicos restringe aún más la movilidad.
Yerereli Rolander, directora ejecutiva del Centro Interdisciplinario de Derechos, Infancia y Parentalidad (CIDIP), explica que esta combinación de factores sociales y de infraestructura lleva a que muchas mujeres con discapacidad "prefieren no salir" de casa durante su menstruación o solo se cambien el producto una vez al día, con el riesgo de infecciones y fugas que esto conlleva.
La vergüenza, el miedo a mancharse en público y la falta de apoyo hacen que se aíslen, suspendiendo actividades sociales, laborales o educativas. Las burlas o comentarios desagradables sobre la menstruación en la calle, en la escuela o incluso de familiares son experiencias comunes que contribuyen al estigma.
La lucha por justicia menstrual
A pesar de la proclamación del 3 de diciembre como el Día Internacional de las Personas con Discapacidad por la ONU para promover sus derechos y bienestar, y la exhortación de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad a recopilar datos, en México no existe hasta ahora un estudio nacional exhaustivo sobre la gestión menstrual en este colectivo.
“La propia gestión menstrual no se ve como [un tema] social en nuestro país, ni tampoco tenemos una ley a nivel general que hable de la gestión menstrual" (Yereli Rolander, directora ejecutiva CIDIP)
Roxana, Brenda y Elizabeth coinciden en que el Estado tiene una deuda histórica en materia de educación, salud y justicia sexual y reproductiva con las personas con discapacidad. Si bien ha habido esfuerzos legislativos, como la eliminación del IVA en productos menstruales en 2022 o reformas en algunos estados, la implementación y el presupuesto son insuficientes.
La gratuidad de productos menstruales para poblaciones vulnerables, como las personas con discapacidad, no es una realidad generalizada. Yereli Rolander destaca que a veces las mujeres deben decidir entre comer o comprar productos menstruales, una situación inaceptable que no se aborda con políticas públicas efectivas.
Al respecto, Roxana destaca que la educación menstrual es casi inexistente o no está en formatos accesibles. Falta material didáctico adaptado, intérpretes de lengua de señas, información en lectura fácil o Braille. Además, no se enseña sobre las particularidades de la gestión menstrual según la discapacidad, ni sobre el impacto de medicamentos o condiciones de salud preexistentes.
"Las mujeres con discapacidad no somos un grupo homogéneo, somos el más heterogéneo y complejo y diverso que existe y nuestras cuerpas este también lo son. Lo que sirve para una puede no servir para otra, dependiendo del tipo y severidad de la discapacidad, el contexto geográfico y cultural, y otros factores” (Roxana Pacheco, fundadora de la Fundación para la Inclusión y Desarrollo de Personas con Discapacidad)
Hacia una gestión menstrual interseccional
Para Roxana, Brenda, Elizabeth y Yereli, lograr una gestión menstrual verdaderamente digna para las mujeres con discapacidad requiere un enfoque interseccional que aborde múltiples frentes:
- Información accesible y educación sexual integral: crear y difundir materiales educativos en formatos diversos (braille, lectura fácil, videos con interpretación en lengua de señas, audiodescripciones). Incluir a hombres y familias en la educación para romper tabúes y fomentar la empatía y el apoyo.
- Productos accesibles y asequibles: garantizar el acceso gratuito a una variedad de productos menstruales (toallas, tampones, copas, calzones menstruales) en centros de salud y espacios públicos. Fomentar que las empresas adapten los empaques con información accesible.
- Infraestructura adaptada: asegurar baños públicos y privados (escuelas, trabajos, centros de salud) que sean plenamente accesibles, con suficiente espacio, barras de apoyo, lavabos adecuados y suministro constante de agua, jabón y papel higiénico. Implementar cambiadores inclusivos para adultos.
- Atención médica especializada: capacitar al personal de salud para abordar las necesidades menstruales específicas según la discapacidad. Garantizar el acceso a servicios ginecológicos y de salud sexual y reproductiva, independientemente de la condición laboral o de seguridad social.
- Políticas públicas con presupuesto: legislar con perspectiva de discapacidad e interseccionalidad, asignando los recursos necesarios para implementar programas de gestión menstrual digna.
“El Estado tiene una deuda en materia de educación, salud sexual y reproductiva y justicia sexual con el colectivo de personas con discapacidad. La gestión menstrual es un derecho humano que debe ser garantizado para todas, sin importar condición física, sensorial o intelectual. La menstruación no es solo un asunto biológico; es un tema de derechos, dignidad e inclusión” (Roxana Pacheco, fundadora de la Fundación para la Inclusión y Desarrollo de Personas con Discapacidad)