Últimamente, la preocupación por la crisis de natalidad ha dejado de ser solo un tema demográfico y se está usando como una herramienta política. En varios países, sobre todo con gobiernos conservadores, este tema sirve como excusa para controlar los cuerpos y decisiones de las mujeres.

Esta semana contamos que en Rusia, el gobierno no solo da más apoyos económicos para que nazcan más bebés, sino que también prohíbe series y películas donde las mujeres eligen su carrera en lugar de ser madres.

Y en Argentina, aunque la baja natalidad comenzó mucho antes de que el aborto fuera legal, el presidente Javier Milei, conocido por sus políticas antifeministas, usa esto para atacar los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. El mensaje es claro: nos culpan a nosotras por la baja en los nacimientos y quieren que seamos nosotras las que “solucionemos” ese problema.

En México, la historia se repite. Esta semana, en el Congreso de Guanajuato hubo un empate: 18 votos a favor y 18 en contra de la despenalización del aborto. La decisión se pospuso hasta el 5 de junio y, si se repite el empate, la iniciativa quedará archivada. Una vez más, nuestros derechos quedan en pausa, como si se pudieran negociar. 

Pero mientras los congresos debaten nuestra autonomía, los datos cuentan otra historia, la baja natalidad no es culpa de las mujeres, sino de un sistema desigual, capitalista y patriarcal que precariza nuestras vidas y nuestros cuerpos. Sueldos bajos, falta de vivienda digna, nulo apoyo y reconocimiento al cuidado, dificultad para conciliar trabajo y maternidad.

Y también, decisiones conscientes de muchas mujeres y personas gestantes que eligen no maternar o hacerlo solo si hay condiciones dignas. ¿Por qué deberíamos ser nosotras las que repoblemos un mundo que ni siquiera garantiza lo básico para criar?

La idea de que tener hijxs es un deber con la patria no es nueva. Margaret Atwood ya lo mostró en El cuento de la criada, cuya serie terminó esta semana. En Gilead, el país ficticio de la historia, el gobierno controla la reproducción como respuesta a una crisis de fertilidad. Las similitudes con la realidad son inquietantes: se culpa a las mujeres que no quieren maternar, se explotan los cuerpos fértiles y los hombres casi no aparecen en la conversación. 

Y mientras la maternidad es exaltada desde el discurso, la salud reproductiva y menstrual es ignorada en la práctica. Esta semana hablamos de cómo las licencias menstruales siguen sin avanzar en México. Aunque seis estados han aprobado iniciativas, estas sólo aplican al sector público, dejando fuera a millones de trabajadoras. Más grave aún: no hay presupuesto asignado, ni una política nacional que garantice el derecho a gestionar la menstruación con dignidad.

La salud reproductiva no puede tratarse como un tema menor, ni reducirse solo a tener hijxs. Decidir si queremos o no maternar, cuándo y cómo, debe ser siempre una elección nuestra

La crisis de natalidad no se resuelve con presión ni control, sino con justicia social y reproductiva. Porque la maternidad será elegida, libre y deseada o no será.