Este 28 de junio, como cada año, las calles del mundo volverán a llenarse de cuerpas disidentes, carteles, música, rabia, ternura y memoria. Será una celebración, sí, pero sobre todo una marcha que recuerda también nos recuerda que el orgullo nació como desobediencia. Y sigue siendo urgente en un mundo donde el conservadurismo avanza, se institucionaliza y niega derechos. Donde la diversidad se maquilla para el consumo.

En la Ciudad de México, el orgullo también será disputa. Por un lado, la Marcha del Orgullo LGBT++, la más multitudinaria del país, con convocatorias institucionales, carrozas patrocinadas, influencers y mensajes que promueven una inclusión muchas veces superficial. Por el otro, la Contramarcha de la Rabia, impulsada por colectivas disidentes que denuncian el vacío político del Pride oficial y su apropiación por parte de marcas, gobiernos y empresas que solo se pintan de arcoíris una vez al año.

Frente a las narrativas que buscan imponer las “verdades biológicas”, desde La Cadera de Eva cubrimos y reflexionamos sobre esto. El orgullo no es una fiesta vacía, sino una lucha viva. Una que exige justicia, memoria, reparación y políticas públicas que estén al alcance de todes.

Esta semana lo dijimos claro, no se puede hablar de orgullo sin hablar de vejez trans digna, de exclusión histórica, de lxs cuerpxs que fueron desechados por el sistema y luego borrados de los registros institucionales. Por eso, cuando un grupo de mujeres trans mayores, las “Quinceañeras de Oro”, celebró su fiesta en una iglesia del barrio de La Merced, no fue solo una celebración. Fue un acto de memoria, de resistencia y de reparación histórica.

Muchas de ellas fueron discriminadas, sin oportunidades de estudiar o acceder a un trabajo digno. Para ellas, tener un vestido, un vals y un pastel es algo que les fue negado en la adolescencia por ser quienes eran. Esas historias son también parte del orgullo, las vidas trans que llegaron a la vejez a pesar de todo lo que el mundo les ha negado.

Pero mientras algunas conquistan con esfuerzo y comunidad espacios de alegría, el Estado sigue fallando sistemáticamente en reconocer la violencia contra mujeres LBT. Esta semana platicamos con EQUIS Justicia sobre un informe que muestra cómo las fiscalías del país no registran adecuadamente los delitos contra lesbianas, mujeres bisexuales y trans. No hay categorías, no hay cifras, no hay protocolos claros. Y sin datos no hay políticas. Y sin políticas, la violencia se perpetúa.

En medio de estos vacíos institucionales, hay conceptos que necesitamos nombrar y denunciar: homonacionalismo y pinkwashing. Es decir, cuando los gobiernos, partidos o marcas se apropian de los símbolos LGBT+ para parecer inclusivos, mientras refuerzan estructuras de exclusión, racismo, clasismo y misoginia. Lo vemos cada junio cuando las corporaciones llenan sus logos de arcoíris, pero despiden a personas trans o financian causas conservadoras. Lo vemos cuando ciertos sectores de la comunidad LGBT+ son celebrados, si son blancos, de clase media, sexualmente normativos, mientras se margina a trabajadoras sexuales, personas no binarias, migrantes o racializadas.

El orgullo comercializado, despolitizado, que excluye a quienes disienten o no encajan en la estética del consumo, es también una forma de violencia. Por eso cobra fuerza la Contramarcha de la Rabia, como respuesta crítica y autónoma que interpela las lógicas de poder detrás del Pride oficial.

En medio de este panorama desigual, también hubo victorias judiciales que celebramos. Esta semana, la Suprema Corte de Justicia de la Nación negó el amparo a Luis de Llano, reconociendo que el abuso sexual infantil no prescribe. El caso de Sasha Sokol marca un precedente: la justicia puede ser tardía, pero aún es posible. Esa resolución abre el camino para muchas víctimas silenciadas durante años.

Otro caso importante fue el de Rita Villalobos, una mujer condenada por un procedimiento abreviado en 2017, sin una defensa adecuada ni perspectiva de género. La Corte resolvió reanudar su proceso desde cero, reconociendo que no se le garantizó el derecho a un juicio justo

Pero aún falta mucho por conquistar. En la discusión de la nueva Ley General sobre Desapariciones, las familias y colectivas LGBT++ exigen ser incluidas. Exigen que el Estado reconozca que también buscan a sus hijes, parejas, hermanas, amigues desaparecides. Porque la violencia de la desaparición también afecta a personas LGBT+, y sus familias tienen derecho a verdad, memoria y reparación.

Porque el orgullo sin justicia es propaganda. Porque el orgullo sin interseccionalidad es exclusión con glitter.