Mi abuela zapoteca nunca se nombró a sí misma como tal, primero porque en su infancia y adolescencia no requería esa diferenciación: creció en un Salina Cruz donde nadie necesitaba hacer esa distinción, todos en su comunidad eran zapotecos, binnizá, y hablaban zapoteco del istmo.
Mi abuela sufrió lo que la mayoría de las mujeres del puerto de Salina Cruz por ser un puerto mercante al que llegaban extranjeros: hay que decirlo, muchas de nosotras somos nietas e hijas de violencias ejercidas por marineros mercantes.
Mi abuela, muy niña y embarazada de mi madre, se fue a la Ciudad, donde sufrió un cruento raciclasismo al llegar. Cambió unas violencias por otras.
Isabel Reyna, mi abuela, era una mujer zapoteca muy fuerte y además sabía escribir (aprendió en la escuela de su puerto, aunque nunca diferenció mayúsculas de minúsculas). Ese saber escribir y ser sumamente fuerte la ayudaron a sobrevivir el desplazamiento y a irse abriendo un camino de sobrevivencia; pero hay otra cosa de la que hizo uso: el camuflaje, que no se le notara "lo india"; así fue como fue dejando de hablar zapoteco y se negó a seguirlo hablando con mi madre, quien apenas habló algunas palabras y yo, muchas menos que ella.
Durante años no me di cuenta de lo que había significado que el zapoteco nos hubiese sido arrebatado tan violentamente. Sí, es una violencia extrema tener que dejar tu lengua materna para sobrevivir; primero es el desplazamiento físico, después el cultural, quitarte la lengua es el terminar de arrancarte de tu territorio.
Ahora que estoy aprendiendo zapoteco (diidxazá) y que, de hecho, me va dando espacios para decir cosas que siento y que son intraducibles al español, siento una infinita tristeza al pensar en el terreno emocional de comunicación que nos fue arrebatado a mi madre, a mí y a otras mujeres de mi familia.
Soy una mujer zapoteca que aprendió tarde, por ejemplo, a nombrarse binnizá, que reclamó tarde su derecho de enunciación y que ha sufrido raciclasismo y marginación por luchar contra el desplazamiento y reclamar hoy mi derecho a volver a mi lengua/territorio.
Vidas y sangre ha costado el derecho de hablar en la lengua que uno desea, en el idioma con que nace o elige para expresar su mundo y su cotidiano.
Dice Irma Pineda y sí, ese derecho ha costado vidas y sangre, bien lo sabía mi abuela que dejó de hablarlo y fue (me lo dijo así un día) como elegir cortarse una parte del cuerpo para sobrevivir…
Yo ahora, en su honor (pero sobre todo en su amor), hago una recuperación de esa lengua que me habita, que me ha habitado siempre, y voy retejiendo las frases que ella me enseñó con las que aprendo nuevas y voy usándolas con timidez y a cuenta gotas, de vez en cuando en algún texto uso una frase y entonces no se hace esperar la violenta respuesta social: “no tengo derecho”, “antes no lo hablabas” y otras frases similares que suelen utilizar en contra de quienes volvemos a nuestra lengua, aquellos quienes no pertenecen ni a nuestra lengua ni a nuestro terruño.
Hay un clarísimo deseo de controlar (para no perder sus privilegios extractivizantes) cuando hacen uso de la segregación y el castigo social en contra de una no hablante que quiere recuperar su lengua materna, esa que fue arrebatada por lo que sigue siendo colonización y despojo, ahora disfrazado de “progreso”.
Yo, aún no hablante, siempre he pertenecido al linaje de las mujeres de mi familia, soy de donde soy, soy binnizá, y eso me ha sido cobrado violentamente desde niña.
Aunque estoy rodeada de mujeres oaxaqueñas (de varios territorios) que me arropan, también estoy rodeada de personas que hacen honor a su blanquitud burlándose de mi enunciación 'tardía', de mi aprendizaje 'tardío' de mi lengua materna, después de años de desplazamiento y despojo.
Esas que usan nuestros huipiles como "credencial de derecho" al extractivismo, que nos intentan enseñar lo que sabemos desde niñas, que gentrifican nuestras comunidades, son quienes me señalan por aprender zapoteco "tardíamente". Yo les respondo que nunca es tarde para hacerle frente al despojo y que esta recuperación de mi lengua es autodefensa pura contra la reterritorialización y los estados nación.
Este ejercicio familiar de hablar con mi abuela, platicar con mi madre y tías; hacer mi plan de volver es una autodefensa fortísima. Reclamo nuestro mundo.
Les arrebatamos el derecho a quitarnos nuestra palabra, poblamos el silencio en el que quisieron hundirnos al irnos robando nuestra lengua. Volver a la propia lengua es volver a un lugar casi físico, es regresar a casa.
Yo estoy volviendo a la casa de todas mis ancestras y me es tan natural, por fin no me incomoda el traje del lenguaje, porque este sí es mío. Sí tiene palabras que me nombran, sí le permite a mi cuerpo, piel, ojos, caber en él. Esta lengua que todavía no hablo, me ha habitado desde niña. Me ha sostenido y ayudado en contra del silencio, de la marginación, del extractivismo emocional y cultural.
Ahora que estoy aprendiendo mi lengua materna, estoy aprendiendo también a manejar un arma: el arma de la lengua que no puede ser arrebatada por el Estado, los conceptos que sólo existen en ella y que no pueden ser extractivizados, y además teje vínculos fortísimos con otras mujeres hablantes.
Así que no, no les voy a dar el derecho de decir que no puedo aprender la lengua materna que el Estado me arrebató. No les voy a ceder ni un centímetro de opinión sobre mi vivencia como desplazada, hija de mujeres desplazadas que sobrevivieron teniendo que esconder su origen, pero que después lo recobraron con redoblada fuerza.
Cada huipil, tocado, refajo, hechos por las manos de mi abuela, están bordados de palabras en zapoteco, y rodean y abrazan este cuerpo enfermo y prieto. Me dan estancia en este mundo. Me dan mundo.
Yo no tengo lugar que reclamar en el mundo de la blanquitud, ni quiero. Tengo un mundo propio, lleno de estas mujeres que me criaron, formaron, bordaron, tejieron. Tengo un mundo propio que también es una lengua, la lengua en la que mi tía Sol me dice que me quiere, la lengua en la que mi abuela me enseñó a nombrar cada platillo, la lengua que ahora aprendo como un modo de resistencia.
Todavía no la hablo del todo, pero me ha habitado desde siempre y eso es mi lugar de pertenencia. Se vuelve a la lengua materna como se vuelve del exilio y se encuentra una por fin en casa, y a la vez siendo casa para otras.
Así que heme aquí, contándoles esto en español, desde el Diidxazá que estoy apenas aprendiendo y que todavía no hablo pero que me habita desde siempre.
Ti diidxa nacani' ti le' ni bia'na ti que chu' tu lá ucaa ñee yanninu'.