Una llamada telefónica cruza la distancia y conecta a dos corazones que, a pesar de la separación geográfica, están unidos por un profundo cariño. En un extremo de la línea, en el pequeño pueblito de Las Cruces, Veracruz, se encuentra Catalina Crecenciano, una mujer de 78 años. En el otro extremo, en Ecatepec de Morelos, Estado de México, su nieta, de 26 años, espera ansiosa por descubrir más sobre sus raíces y herencia cultural.
Aunque la nieta de Catalina siempre supo que tenía raíces indígenas, pues en muchas ocasiones la escuchó hablar huasteco, este universo le era ajeno hasta que decidió preguntarle a su abuela sobre su lengua materna.
Catalina, guardiana de una lengua en extinción, comenzó a tejer los hilos de su historia, compartiendo con ella los desafíos y esperanzas que rodean al huasteco, un idioma que se desvanece en su pueblo debido a la modernidad y la migración.
Foto: Sandra Rojas
El huasteco, una lengua que pertenece a la familia lingüística maya y que se habla en 13 municipios de San Luis Potosí y en 10 de Veracruz, según el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), fue el universo lingüístico de Catalina desde su nacimiento. En esta lengua transmitida de generación en generación que llegó a ella por su madre, desarrolló su identidad cultural.
Sin embargo, el español llegó más tarde, cuando tenía 12 años, como una necesidad impuesta por el sistema educativo, lo que relegó su lengua ancestral a un segundo plano. "En la escuela no nos permitían hablar huasteco, querían que habláramos español", recuerda Catalina.
Esta política lingüística, que ha sido históricamente utilizada para marginar a las lenguas indígenas, ha tenido un impacto profundo en la forma en que se perciben y se valoran en la sociedad mexicana.
En entrevista con La Cadera de Eva, el Dr. Samuel Herrera Castro, responsable del Laboratorio de Lingüística de la UNAM y académico del Instituto de Investigaciones Antropológicas, nos explicó que esta ideología se remonta a los años treinta y cuarenta, cuando la educación se utilizó como una herramienta para imponer el español y desplazar las lenguas indígenas, asociando el hablarlas con el atraso y la falta de prestigio.
Contra la regla
Aunque hablar huasteco estaba prohibido en la escuela, eso no significó para Catalina una renuncia total a su lengua materna, se aferró a su idioma utilizándolo como un vínculo de identidad y pertenencia en su comunidad. El huasteco, lo reserva para aquellos momentos compartidos con quienes lo entienden, para ella, hablar en huasteco la hace sentir bien y le permite expresar sus ideas de una manera más profunda.
Sin embargo, con el paso del tiempo, observó con tristeza cómo el huasteco perdía terreno entre las nuevas generaciones de su comunidad. Las infancias, atraídos por el español, se alejan de su lengua ancestral.
Incluso, algunas de sus hijas, aunque entienden el huasteco, no lo hablan con fluidez, pues lo aprendieron de adultas al escuchar a otros. Ella misma no pudo enseñarles huasteco cuando eran niñas, debido a las restricciones en la escuela. "Los niños ya no quieren hablar huasteco, prefieren el español", lamenta Catalina, reflejando una realidad que amenaza la supervivencia de su lengua y su cultura.
La migración, es otro factor determinante en este proceso, aleja a los jóvenes de sus raíces y los expone a un mundo donde el huasteco carece de utilidad práctica. Catalina señala que muchos jóvenes han dejado su comunidad en busca de trabajo, perdiendo así el contacto con sus raíces.
"Los que se van a trabajar a otros lugares ya no hacen las cosas como en el pueblo. Son los abuelos quienes nos aferramos a las costumbres", señala Catalina, denunciando la pérdida de tradiciones que acompañan a la diáspora.
Esperanzas
A pesar de este panorama, Catalina se niega a perder la esperanza. Las Cruces, Veracruz, ese rincón del mundo, ocupa un lugar muy especial en su corazón y sueña con que sus nietos se reconecten con su herencia cultural y aprendan el huasteco, aunque reconoce las dificultades que esto implica.
"Me gustaría que mis nietos participaran en las festividades, como el jaripeo y las celebraciones de Todos Santos, donde la comunidad se une para elaborar el arco, preparar los tamales y las ofrendas", expresa Catalina, resaltando la importancia de mantener vivas las tradiciones como un medio para preservar la identidad.
Aunque Catalina reconoce que la vida en la ciudad es muy distinta a la de los pueblos hace un llamado a las futuras generaciones: "mantengan viva la cultura y la lengua". Su testimonio es un ejemplo de resistencia cultural en un mundo globalizado, donde la diversidad lingüística se enfrenta a la homogeneización. Su voz, como la de muchas otras mujeres indígenas, merece ser escuchada y valorada, como un testimonio de la lucha por preservar un legado ancestral.
Al final de la conversación, la nieta de Catalina se quedó reflexionando sobre todo lo que había escuchado. Expresó su anhelo por visitarla en su pueblo y prometió compartir su historia de resistencia cultural.
Foto: Sandra Rojas