Una tarde dominguera de museo con amigas aliviana el corazón y es aliada contra el estrés, al menos, hasta que es momento de cruzar una avenida con glorieta en Reforma o una rampa accesible resulta absurda por su lejanía. A estos elementos sólo se le puede poner un nombre: el síndrome de la rampa.
¿Y cuáles son los síntomas de este padecimiento urbano?: Considerar que una rampa es el símbolo universal de la inclusión, explica la fotoperiodista Jen Mulini en entrevista con La Cadera de Eva.
Hace 12 años, Luis Quintana, fundó Todo Accesible, una compañía especializada en accesibilidad y que, gracias a las aportaciones articuladas, se ha logrado cubrir 4.5 millones de kilómetros cuadrados de espacios incluyentes.
Jen Mulini forma parte de esta organización que reconoce como derecho prioritario la accesibilidad y su trabajo, es evidenciar e incidir desde diferentes espectros como la sátira, la amistad, la comedia y en otras ocasiones, la tensión al visitar espacios públicos que presumen de la inclusión en su discurso. El objetivo es lograr que más personas con discapacidad descarguen la aplicación gratuita "Lugares Accesibles" y la acompañen a rodar por la ciudad.
¿Por qué es necesario reconocer la experiencia de otras personas?
El pensamiento capacitista no sólo implica que es sistema de opresión que discrimina, sino también, es un sistema que borra y desconoce las distintas maneras en que las personas funcionamos, existimos y vivimos. Ignorar la falta de accesibilidad en los espacios públicos nos hace partícipes del capacitismo sistémico que bien puede atravesarnos en algún momento de la vida.
El 15% de la población vive con un tipo de discapacidad, explica Jen Mulini y continúa: "No quiero que esto parezca una amenaza, pero como parte del proceso de la vida, podemos adquirir una discapacidad por un accidente, una cuestión hereditaria o un padecimiento a causa de la edad, entonces, todos debemos reconocer que crear espacios accesibles e incluyentes es una necesidad".
El documento Evalúa 2018, creado por el Gobierno de la Ciudad de México, sustenta esto último, recopilando una serie de gráficas donde se cruza la edad y el género. En uno de los hallazgos más importantes, se encuentra en cómo el número de personas con discapacidad aumenta conforme el índice de edad.
Por ejemplo, mientras los hombres de 25 años con discapacidad representan apenas el 1.5% de su grupo (edad y género), al llegar a los 85 años, el porcentaje aumenta considerablemente y llega a un 43.3% de la población masculina.
En el grupo de mujeres, ocurre el mismo escenario, durante la juventud (20-30 años), el 1.9% vive con una discapacidad, sin embargo, cuando se observa el rango de edad de 80 años, se encuentra que el 38.4% de la población femenina desarrolla o adquiere una discapacidad.
Estos números abren el espacio para la concientización y el diálogo; la accesibilidad no es una conversación ajena para nadie.
"La accesibilidad es un derecho clave, desde la atención médica, la educación, el empleo, el entretenimiento, si todos estos espacios que acabo de mencionar nos están excluyendo, entonces, se nos está discriminando" (Jen Mulini)
Del síndrome de la rampa a la acción colectiva
A principios de año, en La Cadera de Eva entrevistamos a Jen Mulini y la conversación osciló entre la lucha contra el capacitismo, su trabajo como periodista, la interseccionaidad y el rodar por la ciudad; todo esto, acompañadas de un hot dog de la Zona Rosa.
Durante la entrevista, se rodearon las escaleras y se buscaron las rampas de accesibilidad en el Bosque de Chapultepec. Estas se ubican hasta el estacionamiento, a varios minutos de la entrada principal.
Con baches, mala inclinación, vías resquebrajadas y obstruidas por el comercio local, el urbanismo ha volcado como señal inequívoca de inclusión las rampas que, aunque resultan favorables para algunas personas, son sólo el inicio de una ciudad verdaderamente incluyente.
Jen Mulini ha peleado contra el síndrome de la rampa desde hace años, lo conoce bien. Tan bien, que ha decidido volcarlo a la sátira y al absurdo, algo que comprendió después de ver una obra de la artista Nur Matta en el Museo de Arte Contemporáneo.
En su visita al recinto, encontró una rampa transparente e inflable a la entrada, estaba semidesinflada: "¿Y esto qué chingados?, bueno, tal vez me pueda subir si estuviera muy resistente y bien inflada, ¿o no?... No, es claro que no me podré subir ahí", pensó Jen.
Tras meditarlo un momento, entendió que la obra de Nur Matta era una crítica al urbanismo y su síndrome de la rampa, ¿imaginas la aversión que sienten las personas con discapacidad motriz por las rampas mal construidas y la falsa inclusión urbana? A esta conversación, Jen Mulini le añade:
"Hay personas haciendo arte y utilizando la sátira para poder evidenciar de qué forma es que las rampas no son funcionales para todos"
La fotoperiodista reconoce que las rampas son de ayuda para las personas con discapacidad motriz, pero ¿qué ocurre con las demás personas?
"Existen personas con discapacidad visual, psicosocial, intelectual, auditiva, multidiscapacidad, discapacidad invisible u orgánica, todas ellas necesitan ajustes razonables que vayan de acuerdo a sus necesidades, necesidades específicas" (Jen Mulini)
A todo esto, se debe considerar otra característica: la interseccionalidad. Un factor que podemos entender como todas las discriminaciones que pueden atravesar a una persona. Desde la perspectiva de la periodista, hablar de la interseccionalidad es una necesidad que va más allá de querer hacer una "carrera de opresiones", sino más bien, se trata de evidenciar que se requieren mayores esfuerzos para incluir de manera equitativa a todas las personas y que puedan acceder en libertad a sus derechos.
Como parte de esta interseccionalidad, la Secretaría de Desarrollo Social de la Ciudad de México en el "Diagnóstico situacional de las poblaciones callejeras 2018", mostró que el 17% de las personas que viven en situación de calle tiene una discapacidad física y 5 de cada 100, tiene una discapacidad psicosocial, de este universo 14 de cada 100 señaló no saber leer, ni escribir. En esta línea, se recuerda que la seguridad, la protección la educación, el derecho a la salud, al refugio y al ocio no deberían ser un privilegio que la accesibilidad urbana favorezca a un sector.
"Pareciera que podemos ser incluyentes porque está una rampa, pero si una persona con discapacidad auditiva necesita entrar a un restaurante, por más rampa que tengan, si ese establecimiento no tiene una interpretación de lenguas de señas mexicanas o personal capacitado para atenderle sin discriminación, ahí tiene que ir mucho más que una rampa", (Jen Mulini)
El cambio inicia por cuestionar el capacitismo
Hay lugares sin accesibilidad pero incluyentes, explica Jen Mulini. Este planteamiento puede parecer un doble discurso, ¿cómo algo así sería posible? Pues sí, esos lugares existen gracias a la empatía, la escucha y el respeto de las personas.
Cuando el sistema falla, entonces, la acción colectiva aparece para combatir la asimetría sistémica y poner el piso parejo.
Por ejemplo, explica la periodista, cuando una persona con discapacidad auditiva entra a un restaurante y el establecimiento no cuenta con la infraestructura para atenderle, pero al menos, alguien del personal está capacitada para recibirle sin ninguna clase de discriminación, entonces, se propicia la revolución.
Y esta revolución, también la originan mujeres como Jen Mulini que permiten reconocer otras experiencias; experiencias personales que las personas con discapacidad vivían en lo privado -como jalar la palanca del WC o intentar alcanzar el lavamanos- y ahora, son un acto público que la periodista convierte en contenido bajo un lema que roza la protesta y la comedia: "Vamos a ver si lo logro... "
¿Y sí se logró o no?
Al preguntarle cuáles han sido sus videos de Lugares Accesibles favoritos, recordó dos en particular que ella ha llamado: "El cruce más culero de la CDMX" y "El falso baño inclusivo".
¿Ubicas ese cruce de reforma esquina con Insurgentes? Pregunta Jen Mulini y continúa: Ah, pues ese, es el cruce más culero que existe. Aquel día, la fotoperiodista iba acompañada de una televisora que seguía su recorrido en las calles en vivo y al momento de llegar a ese cruce, ella sabía que tendría que enfrentar muchos obstáculos para llegar al otro lado de la acera.
"Ellos me grababan cómo lo hacía y a la par, yo iba grabando también. De verdad, pensé que me iban a atropellar no sólo una vez por ahí, sé que pasar por ahí es pensar inmediatamente: Ya valió madres, Ese video produce mucho estrés porque cualquiera que lo vea, pensará en que no lo lograré" (Jen Mulini)
El segundo video que recuerda con frecuencia es cuando asistió con sus amigues al Museo Nacional de Arte, el día pintaba bien y el recinto se destaca por señalar siempre su accesibilidad. Todo se convierte en una aventura -no en el buen sentido- cuando se encuentra con un pedal en el WC.
Me quedé ahí, narra Jen Mulini, intentando una y otra vez, tomando mi pie y tratando de presionar el pedal. Desde su perspectiva, son esos videos que permiten a la audiencia acompañarla, reconocer su cotidianidad, evidenciar las dificultades y hacerles preguntarse: ¿lo logró...?
La accesibilidad parece un espacio lejano para la capital mexicana y la única posibilidad de transformarlo es a través de la alianza; los cambios colectivos, requieren de acciones colectivas. No se trata de un problema de la otredad, sino un problema que nos atraviesa (y atravesará en el futuro) a todes por igual, el cambio contra el capacitismo nos llama y es momento de atenderlo demandando al Estado que la Ley de Accesibilidad se cumpla al margen; la accesibilidad también es un derecho humano que debe ser exigido y tomado con las manos.
"Imagino una ciudad con mejores rampas, espacios para personas de talla baja, semáforos audibles… sí, ese es el sueño. La cosa es que ya existe la Ley de Accesibilidad que se compromete a tomar las medidas necesarias por la inclusión, mi sueño tiene una ley… lo que no tiene es presupuesto"