Estefanía tenía 7 años cuando se enteró del embarazo de su mamá: "Ya vas a tener una hermanita, ¿eh?", le repetían sus padres. Esta historia se repetía de la misma forma en otra casa; la casa de Paola, donde los comentarios de su abuela y su madre eran insistentes: "Eres la hermana mayor y tendrás que cuidar a tu hermanita que viene en camino". A Daniela nadie le dijo nada, pero no era necesario porque sabía que su trabajo era cuidar de su hermano: "No sólo soy hermana mayor, soy mujer empecé a cuidar desde siempre"

Esta es la historia de tres mujeres, hermanas mayores y cuidadoras que, desde su primera infancia, pusieron el cuerpo para cuidar de sus hermanes y maternar.

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Cuidar y ser niña no van en la misma oración

¿A qué edad comenzaste a cuidar de tu hermano?, le preguntamos a Daniela y ella nos comparte un pasaje en su vida: tenía 6 años y su hermano 3, iban por la calle juntos a la tienda, y Daniela iba vigilando que todo estuviera bien, que llegaran a salvo a la tienda de abarrotes para hacer las compras, revisar que el cambio fuera correcto y prepararse para regresar con su hermano. 

"¿Imaginas ese depósito de extrema confianza en mí?", nos dice Daniela en la entrevista. 

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Estefanía comenzó a cuidar de su hermana cuando estaba en primaria, a la edad de 8 años, y su trabajo consistía en revisar que su hermana estuviera bien. Se le repitió tantas veces que era la mayor a cargo, que terminó asimilando que, efectivamente, una niña grande puede con esta responsabilidad

Con el nacimiento de Fridita, hermana de Paola, muchas cosas también cambiaron. Tenía apenas 8 años y en su mente, ya no disfrutaba de jugar, ni aceptaba salir de casa porque le resultaba imposible dejar a su hermana sola; dedicó buena parte de su primaria a pensar en el bienestar de su hermana y a generar pensamientos de angustia que se resumen en un: ¿Y si algo le pasó...?, ¿qué tal si...?, ¿cómo la dejaré sola?

De acuerdo con el último reporte de la Cuenta Satélite del Trabajo no Remunerado de los Hogares en México (CSTNRHM 2022), las niñas en México comienzan a ejercer los cuidados entre sus 5 y sus 11 años, dedicando el doble de tiempo que sus congéneres. Si a estas niñas se les pagara por su trabajo como cuidadoras, aportarían un valor per cápita de 9 mil 164 pesos

Con esto, se entiende que hay mujeres jóvenes que a sus 25 años, pueden tener trayectorias de hasta 20 años ejerciendo trabajos de cuidados, pero ¿por qué la familia -y el sistema- se recarga en los hombros de estas hermanas mayores?

Los cuidados son una de las prácticas más humanas que podemos ejercer, permiten el sostenimiento de la vida y nacen desde el afecto y el cariño, sin embargo, este trabajo se ve contaminado cuando entra al tablero un elemento: el sesgo de género. 

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Nuestros nenucos, la muñeca a la que se le cambia el pañal, los carritos de compras y un largo etcétera, son herramientas que naturalizan el cuidado desde nuestra infancia, lo interiorizamos y asimilamos como parte de nuestro género; somos la hermana mayor sensible, la que tiene el sentido maternal y la que suplirá el lugar de mamá cuando ella no esté. 

En "Qué son los cuidados pasivos y cómo afectan nuestra salud mental" entrevistamos a la doctora de la UNAM Verónica Montes de Oca quien redondea todo esto con una poderosa frase: "Las mujeres no somos personas naturalmente aptas para el cuidado, pero sí las únicas educadas para ejercerlo". 

El estallido de la adolescencia

Dentro de los 3 testimonios recopilados, se encuentra un hilo conductor a destacar y es que, Paola, Estefanía y Daniela, refieren que conforme comenzaron a crecer, el sesgo de género comenzó a hacerse cada vez más evidente, siendo la etapa de la adolescencia una gran catarsis emocional donde las tres comenzaron a cuestionar qué sucedía. 

En sólo un par de años, los cuidados de Daniela evolucionaron y con ello, sus responsabilidades habían comenzado a aumentar. A la edad de 9 años, y aún estando en primaria, Daniela ya le calentaba la comida a su hermano, un año más tarde, ya verificaba que al volver de la escuela, su hermano comiera bien, hiciera la tarea y le ayudaba a hacer la cama. 

"No sólo era la encargada, sino también, la ayudanta de mi mamá, una división de rol de género que se dio desde muy temprano. Cuando llegué a la adolescencia fue que pude conceptualizarlo: Esto es injusto. Conforme crecía mis responsabilidades aumentaban, pero las de mi hermano no", recuerda Daniela en entrevista.

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En la secundaria, no sólo se sentía injusto también para Paola, sino además, la presión estaba llegando a un grado insostenible; Paola quería vivir, rebelarse y atravesar la etapa de la adolescencia como sus demás compañeras, sin embargo, un día se encontró con el ancla más inevitable: "Tu hermana te está viendo", le dijo su mamá a Paola cuando tenía apenas 13 años, algo que ella define como "un golpe que pegó duro... muy duro".

"No viví las cosas que me hubiera gustado vivir, tampoco pude compartir cosas con mi hermana o mi mamá, pensaba que debía ser recta para ser un buen ejemplo y me responsabilicé de su crianza, pero no sólo de eso, sino también, de lo que fuera a resultar de ese proceso", explica.

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Pero, ¿esto no las hizo adultas funcionales y responsables?, ¿no debería de ser una celebración su trabajo desde la infancia? Estas preguntas forman parte de una resistencia colectiva y un pensamiento heredado que pauta que las responsabilidades de hermana mayor, no son más que una lección de vida

Este último testimonio compartido por Paola lo aborda el Manual de la Parentalización del Instituto de Capacitación y Especialización Padre Hurtado, donde se explica que no se trata que las infancias o adolescencias no se involucren en las tareas domésticas o logren su independencia, sino más bien, el problema aparece cuando se sobreexige sus capacidades y su madurez

Asimismo, estas infancias se enfrentan a debates morales que no deberían de atravesarles como por ejemplo, la creencia de que su valía como personas se determina si cumplen con responsabilidad sus deberes y si falla en este trabajo, entonces, están fallando directamente a su familia. 

"Me agobiaba saber que tenía un pendiente con ella, ¿no? Una está toda chiquita y tu hermano aún más (...) No, no deberíamos tener estos pendientes, porque está al cuidado de ti la vida de alguien y tú estando tan chiquita... A mis 8 años comencé a sentir que debía de cuidar" (Estefanía).

Aprendiendo a soltar 

Boris Cyrulnik explica en "Adaptación y resiliencia" algo alarmante y es la manera en que repercute en el desarrollo de las hermanas mayores, pues muchas veces, son personas incapaces de desarrollar proyectos propios, no porque no lo deseen, sino porque han crecido bajo la regla del sacrificio y de postergar sus intereses para priorizar las de sus hermanes o padres. 

Esta "lealtad familiar" tiene una estrecha relación con el patriarcado y el funcionamiento de las cosas, una clase de extractivismo sobre las mujeres; mujeres sacrificadas, incapaces de ser egoístas, bondadosas por naturaleza y con la facultad de siempre resolver lo que acontece a su alrededor. 

¿Has aprendido a soltar esta idea impuesta de la hermana mayor salvadora y maternal?, las tres entrevistadas concluyen de forma tajante: no. 

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Estefanía dice que siempre se sentirá responsable de ser hermana mayor, aún, cuando visita a su hermana en casa de sus papás intenta aconsejar y apoyar en todo lo que le sea posible. Ella aún recuerda la vez que tuvo que llamar a casa llorando porque vio algo en las redes de su hermana que la dejaron intranquila. Estefanía no sabe cómo erradicar este sentimiento constante de preocupación... Aún cuando su hermana se casó hace un par de años. 

Su único salvavidas: la terapia

"Sí, aún pienso en mi hermano, pero al mismo tiempo entiendo que es una persona adulta que ya sabe cómo mantenerse vivo", dice entre risas Daniela. Para ella, maternar se ha vuelto en algo muy natural de su proceso de socialización, no sólo con su hermano menor, sino en general, con todas las personas que se rodea. 

Desde su perspectiva, el haber procurado tanto la alimentación de su hermano y cuidarle, quedó tan incrustado que se ha convertido en la amiga que siempre repite: ¿ya comiste? , como acto de cariño.

"No, no he aprendido a soltarlo completo", zanja Paola, quien continúa haciendo viajes de cuidado por su hermana, la lleva del otro lado de la ciudad, la recoge, le compra lo que desea y vive constantemente en alerta por ella: "Si me dice que quiere algo se lo doy, si me dice que algo mío le gusta se lo doy también. Mis papás no pasan tanto tiempo con ella como yo".

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Soltar el rol de hermana mayor no es tarea sencilla, porque no sólo está cimentado en un discurso de género y de "luchar contra el sistema", esto está persuadido por el amor de hermana, por el cariño y el afecto, nada de esto se puede erradicar ni cambiar, pero sí deconstruir

No hay herramienta en las manos de las hermanas mayores para cambiar el amor, sin embargo, las tres entrevistadas llegan a la misma conclusión: Sólo la terapia ayuda a aprender a soltar. Paola, Estefanía y Daniela toman terapia y se ha convertido en su autodefensa más poderosa para relacionarse de manera más saludable y apapachar a su niña interior para recordarle que las niñas grandes no existen, tampoco las cuidadoras, ni las maternales; pero sí hermanas mayores capaces de entregar la compañía y la escucha más valiosa.

"La terapia es herramienta muy importante para desnaturalizar ciertas situaciones con las que fuimos criadas." (Daniela)